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“No le hagas sombra a quienes estén arriba de ti”, Primera Ley del Poder: Robert Greene

“No le hagas sombra a quienes estén arriba de ti”, Primera Ley del Poder: Robert Greene

“No le hagas sombra a quienes estén arriba de ti”, Primera Ley del Poder: Robert Greene

La distancia que separa a los ciudadanos estadounidense de las urnas es cada día más corta. El primer martes de noviembre se realizarán en esa nación las elecciones intermedias en las que se renovará totalmente la Cámara de Representantes y el treinta por ciento de la Cámara de Senadores. Como siempre, estos comicios tienen relevancia porque definen o redefinen el escenario político en una nación que sustenta su modelo electoral en un bipartidismo que se ha venido consolidando desde el nacimiento de la nación al arranque del siglo XIX, cuando surge independiente y soberano los Estados Unidos al romper las cadenas que lo ataban al imperio británico desde principios del siglo XVII.

¿Qué les depara el futuro a las dos fuerzas políticas dominantes en ese país: demócratas y republicanos? Una lucha frontal con la mira puesta en las elecciones de noviembre del 2024, cuando los ciudadanos de esa nación volverán a las urnas para elegir o reelegir a un nuevo presidente de la República. El vecino del norte vive hoy una evidente polarización que coloca, de un lado, a los que coinciden con los demócratas y apoyan sus iniciativas liberales; del otro, los miembros de una derecha cada vez más refractaria a los cambios, especialmente a aquellos que puedan significar la más leve afectación a sus intereses personales o de grupo.

Este último grupo es la evidencia del avance y consolidación de un conservadurismo rampante que si bien ha estado presente en la historia de esta nación se ha acrecentado, motivado por la narrativa de quien hoy dibuja un escenario apocalíptico para apelar a la vuelta de “un líder salvador” que garantice una “América nuevamente grande”, compromiso que se vio truncado hace dos años con su derrota en las urnas.

A casi dos años de haber juramentado en las escalinatas de “El Capitolio”, Joe Biden, aquel 20 de enero de 2021, luego del nefando intento de golpe de Estado del 6 de enero, ofreció a sus conciudadanos, “a los que me dieron su voto y a los que no”, trabajar a favor del desarrollo económico para todas y todos, y, especialmente, darle la vuelta a la página que marcaba, de manera preocupante, una polarización que, se anticipaba, evitaría un tránsito ordenado y pacífico hacia una sociedad más moderada.

Ese discurso no permeó como el flamante mandatario lo deseaba. La polarización es evidente. Estados Unidos vive hoy tiempos complejos que se agudizarán en razón de la disputa por los espacios en ambas cámaras. Trump ha logrado impulsar a candidatos que le son afines y, por el contrario, cerrarle el paso a los que

El compromiso se fue disecando conforme avanzaba el calendario gubernamental que es paralelo al electoral, en un país en el que la distancia entre un proceso electoral federal y el siguiente es mínima. El presidente demócrata, que había logrado matar el sueño de Donald Trump de reelegirse, no escapó de los ataques de su oponente quien a lo largo de la campaña electoral fincó su discurso en acusar a sus opuesto de estar “preparando un fraude colosal”, mediante el voto electrónico y por correo.

No obstante, la diferencia abismal (más de 3 millones de votos de diferencia) el republicano nunca reconoció(ni reconoce) el triunfo de su contrincante. Por el contrario, se ha empeñado en señalar, un día sí y otro también, que le robaron, acusación que nunca pudo demostrar. A la fecha, dos años después, Trump sigue fortaleciendo su presencia, amparado en un discurso que se centra, en la narrativa del fraude electoral y en lo que él califica de un fracaso total del gobierno de su sucesor.

Discurso que muchos de sus correligionarios han hecho suyo. Esta postura del republicano, desde luego, no ayuda a atemperar los ánimos, por el contrario, su objetivo es, además de sembrar la duda entre sus votantes sobre lo ocurrido en noviembre del 2020, generar una narrativa orientada a poner en mal al gobierno demócrata señalando lo que, a su juicio, son errores y omisiones, con la vista puesta en noviembre próximo y en noviembre del 2024.

“Nunca confíes demasiado en tus amigos; aprende a utilizar a tus enemigos” Segunda Ley del Poder

¿Estarán en las boletas Biden y Trump? Sin duda esa la intención de ambos. El actual mandatario ha reiterado que buscará su reelección. Las encuestas no le son favorables. Su nivel de aceptación está por los suelos (30% de aceptación) y ante la pregunta de si debe estar en las boletas electorales, el 64% de personas que se declaran demócratas, señalan tajantes que el actual mandatario se debe hacer a un lado y no postularse.

La lógica señala que la que entraría al quite es su compañera de fórmula, Kamala Harris, la actual vicepresidenta, que ha desempeñado su función de manera muy acotada, con un bajo perfil, que ha generado muchas dudas acerca de sus posibilidades de triunfo. Lo terrible para los demócratas es que no tienen un repuesto de altura que garantice la victoria que alargue su estadía en la Casa Blanca.

En lo referente a Donald Trump, desde que desocupó la residencia oficial ha señalado que regresará en enero del 2023. Esa es su intención y no descansa un solo día porque sabe que debe mantener vivo el apoyo de los más de 73 millones de personas que le obsequiaron su voto y que ven en él la única forma de hacer “nuevamente grande a su país”. Sin embargo, ese sueño de ellos y de él, se puede ver cancelado si los demócratas, y algunos republicanos, tienen éxito en su propósito de inculparlo por los actos de barbarie ocurridos el ya mencionado 6 de enero del año pasado.

El Comité que investiga estos hechos lamentables ha podido documentar la participación del entonces mandatario en esa escalada que causó la muerte de seis personas, la mayoría guardias de seguridad que custodiaban, sin éxito, el inmueble donde sesionan las dos cámaras que conforman el Congreso de la Unión. Testimonios de colaboradores cercanos, incluso de su hija Ivanka, han dejado en claro que Trump no alentó el ataque al Capitolio, intentó hacer presencia para garantizar que se revirtiera un resultado que no le era favorable.

Mike Pence, su vicepresidente, ha dado a conocer públicamente las presiones que enfrentó, del presidente y de otros miembros del equipo presidencial, orientadas a que no aceptara el resultado obtenido en las urnas y así, impedir que Joe Biden tomara posesión el 20 de enero. Por cierto, Pence, parte del grupo de republicanos que se oponen a que Trump está en las boletas, ha manifestado su deseo de participar en las primarias se su partido de la que saldrá el candidato de esa formación política.

No la tendrá fácil ya que el neoyorquino lidera una acción punitiva en contra de todos aquellos que no le compraron el discurso del fraude. Trump está saboreando su venganza contra los republicanos que apoyaron el “impeachment”, lo que se ha traducido en que solo dos de los diez congresistas de su partido que votaron juzgarlo políticamente tienen opción de reelegirse.

Sobre la espalda de Trump están otras pesadas piedras: uno, el incumplimiento de sus responsabilidades fiscales. Sigue eludiendo la entrega de sus declaraciones fiscales, no obstante que autoridades estatales y federales se las han requerido por distintos medios y formas; dos, la extracción de forma ilegal de documentos secretos a la hora de su salida de la Casa Blanca. El FBI realizó una “visita” oficial a su residencia de Florida en la que se pudieron rescatar, se dice, documentos que, de ninguna manera, debieron extraerse.

Los republicanos fieles a su líder han condenado lo que califican como un allanamiento, “un acto ilegal”, y exigen al director del FBI (nombrado por Trump durante su administración) que entregue la nota oficial que permitió dicho cateo. Los reclamos no han quedado allí; dos días después de este operativo, una persona ingresó de manera violenta al edificio del Buró Federal de Investigaciones para reclamar el trato al ex mandatario.

“Disimula tus intenciones” Tercera Ley del Poder

El escenario estadounidense no anticipa ni calma ni sosiego. Un encono creciente, empoderamiento del pensamiento conservador, de la xenofobia, la misoginia deriva de los cuatro años de gobierno de quien hizo marca de fábrica de una narrativa que fue comprada por un buen número de personas, paradójicamente, no solo los blancos mayores, también los caucásicos jóvenes. El “trumpismo” no es moda sino una tendencia. Hoy existen en el vecino del norte más “trumpistas” que el exmandatario que es el ala más extremista de los republicanos que tiene un plan: controlar los niveles más bajos del poder para impulsar una revolución ultraconservadora que bebe de QAnon.

Cuando mencionamos este nombre, inmediatamente vienen a nuestra mente las imágenes de Jake Angeli quien con pieles de animales se introdujo violentamente en El Capitolio el 6 de enero del año pasado. Es también conocido como QAnon Shaman Q-Shaman, un activista de extrema derecha y teórico de la conspiración estadounidense.

Aunque recientemente se manifestó arrepentido de por el ataque a la sede del Congreso de los Estados Unidos, calificado por muchos como un intento de “Golpe de Estado” promovido y auspiciado por Trump, desde luego que ese supuesto arrepentimiento deriva de acciones judiciales que la administración demócrata ha implementado en contra de él y de sus seguidores. Ha sido condenado a 41 meses de prisión, una condena que me parece tenue ante un acto de esa naturaleza, de terrorismo político auténtico.

¿Qué hacer frente a esta polarización y el radicalismo de la extrema derecha? ¿Cómo puede combatir Joe Biden el discurso apocalíptico de Donald Trump? Hasta el momento, la estrategia del demócrata ha sido muy vacilante, en ocasiones contradictoria. Primero, combate a la pandemia, luego, revertir los efectos económicos mediante cañonazos de dinero, al igual que lo hizo su antecesor. Medidas keynesianas paliativas porque contribuyeron a distorsionar al mercado aumentando la demanda en un momento en el que la producción se detuvo, lo que explica el aumento de los precios ante el desajuste entre oferta y demanda.

En esa ruta, el mayor reto para la actual administración fue, sigue siendo, sortear los miles de obstáculos que sus opositores le pusieron en el Congreso. La mayoría en la Cámara de Representantes no fue suficiente para sacar adelante iniciativas para impulsar la producción y canalizar recursos para la generación de infraestructura. Hubo victorias pírricas pero que costaron, diría Winston Churchill: “sangre sudor y lágrimas”.

En el Senado, la cosa no fue diferente. Empatados en número de escaños, el voto de calidad de la vicepresidenta Kamala Harris ha ayudado, pero no han podido avanzar en ninguno de los dos escenarios legislativos cuando se requieren una mayoría calificada que ha sido imposible alcanzar no sólo por el voto contrario de los republicanos, también de algunos de sus correligionarios, como recién ocurrió con Bernie Sanders, aparente aliado de Biden que voto en contra de su iniciativa orientada a entregar recursos multimillonarios a las empresas productoras de semiconductores.

Al final del día, con la ayuda de la viajera de moda, Nancy Pelosi, y de su copiloto, Kamala Harris, el mandatario logró sacar adelante su ley económica estrella que promueve las energías verdes, abarata medicamentos y sube impuestos a las empresas. Con esa carta hará una extensa campaña en todo el país para venderlo a sus conciudadanos que están muy molestos por el crecimiento desbordado de los precios que han lastimado la economía de las clases medias y depauperado más a a quienes menos tienen en una nación. Que ya no logra esconder bajo la alfombra de un supuesto bienestar compartido el aumento de los índices de pobreza, de la inequidad y la marginación que se vive en muchas regiones de la, todavía, nación más poderosa del mundo.

Para colmo de males, el discurso de “la democracia” como luz que ilumina el sendero y marca la ruta de las naciones occidentales se ha nublado, cuasi apagado, luego del proceso electoral del 2020. “La democracia en América” de Alexis de Tocqueville ha quedado sin escenario. Estados Unidos califica o descalifica a los externos, como a los no invitados a una Cumbre Americana, pero no acepta que su modelo requiere de una reingeniería porque las bases puestas por los “Padres Fundadores”, están viviendo sus peores momentos; los ríos de la libertad y el igualitarismo que ellos insertaron en su ley fundamental están azolvados.

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A 70 días de los comicios, Joe Biden espera, con su gira de rock star recuperar el terreno perdido en popularidad y credibilidad. Dos tercios de los demócratas encuestados piensan que, como James Carter, debe ser un mandatario de un período. ¿Quieren que regrese Trump a CB? Desde luego que no, pero creen, no les falta razón, que, si el expresidente vuelve a salvar el pellejo, como ya lo ha hechos en dos ocasiones, saldrá fortalecido gracias a la impericia de sus adversarios demócratas, con algunos republicanos sumados a la estrategia, como la hija del recién fallecido senador Dick Cheney, Liz, víctima de Donald que hizo todo lo necesario para evitar se convirtiera en candidata de su partido a la Cámara Alta. Está pensando contender en las primarias a celebrarse en 2024 para elegir candidato/a a la presidencia.

Quien fuera vicepresidente durante el mandato de Barak Obama y mostrara cualidades diplomáticas que hoy no lo han distinguido, ha considerado que, para como están las cosas al interior de su granja, lo mejor es centrarse en una política exterior que recupere para los EU un liderazgo menguado y con pocas posibilidades de recuperar.

Su relación con China ha sido poco inteligente. No ha entendido que ese país ya no es el mismo de 1973 cuando Richard Nixon y Henry Kissinger utilizaron a Mao para bajarle los humos a la URSS en el momento en el que Estados Unidos sufría la peor de sus derrotas en el Sureste Asiático.

China es hoy otra y muy distinta. Es cierto que la pandemia, cuya génesis se dio en su propio territorio, ha golpeado su economía, frenado al tren que desde hace más de una década es el motor de la economía mundial, pero su papel en el contexto internacional tiene ya un peso específico que no está dispuesta a perder.

Su dominancia en Asía, su presencia en América Latina (que preocupa y mucho a Estados Unidos y a la Unión Europea), en África; su amplio desarrollo tecnológico, su avanzado armamentismo y su nueva actividad: la espacial que se dice pondrá pronto una nave china en Marte, luego de haberlo alunizado en la parte oscura de nuestro satélite natural, evidencia la enorme diferencia entre la China de los setenta y la actual.

Con Rusia, ha ganado la insensatez y la soberbia norteamericana empeñada en mantener viva una hegemonía desgastada. La OTAN ha jugado el papel del “tonto útil”, clásico en los imperios en fase decadente. Por su parte, la UE, apostado sus últimas cartas, en el momento en el que una posible balcanización de la zona euro provoque una diáspora en medio de una evidente dependencia de Rusia, de su gas y de su comida.

Lejos de alejar a China de Rusia, la imprudente visita de la señora Pelosi a Taiwán, seguida de la de otros cinco legisladores de mínimo peso político, ha provocado un evidente enojo en el gobierno chino que ha escalado su asedio a la Isla ante el evidente irrespeto de Washington de los acuerdos firmados hace cuatro décadas que establecían “una sola China”.

Alfredo Haliffe, en un Diálogo con la Comunidad de la Universidad Olmeca, con el que abrimos la Cuarta Temporada, señala categórico: La Tercera Guerra Mundial ha iniciado en un escenario muy diferente al de 1914 y de 1939. El riesgo de uso de armas atómicas (China, Rusia y Corea del Norte) está latente, sí, pero esta nueva guerra mundial 3.0,tendrá otros componentes: la lucha tecnológica y comercial. Es la geopolítica queridos lectores, No la que se dio en la Alemania Nazi, si no la geopolítica que gestaron los persas, los macedonios, los indios y los chino en la antigüedad.

“Cuando pongo cebo para los ciervos, no disparo al primero que lo llega a oler, sino que aguanto a que la manada completa se reúna”: Otto Von Bismarck

La “verdad histórica” ha quedado en “el basurero de la historia”. Jesús Murillo Karán, quien fuera político influyente, en varias ocasiones legislador y líder nacional del PRI, fue el procurador encargado de “investigar” sobre la muerte de 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa, cuyos cuerpos sin vida jamás podrán ser sepultados por sus familias que, en el afán de no perder las esperanzas, que la reclusión de Murillo, y la orden de arresto de otras 83 personas, entre ellas militares (¿no que AMLO no se atrevería a tocar a miembros del Ejército?), “nos da esperanzas de que se puede abrir un proceso de rendición de cuentas de las autoridades en la creación de la llamada verdad histórica”.

Cuando todo evidencia que esa versión se construyó con tortura “que tanto dañó hizo a las familias de normalistas”, el PRI, que gobernaba entonces con Enrique Peña Nieto; sí, el tricolor que hoy lidera el campechano Alejandro “Alito” Moreno, sale a decir que “el arresto es un asunto con tintes políticos”.

Emilio de Ygartua
Emilio de Ygartua

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