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Reflexión: circo y aplausos

Reflexión: circo y aplausos

Reflexión: circo y aplausos
Por: Erwin Macario

Quienes tenemos más de un par de zapatos y, a veces, más de 200 pesos en la bolsa —cien de ellos por el bono universal de vejez—, y somos aspiracionistas redimidos, no podemos aplaudir todo lo que venga de la política y, mucho menos, del poder.

Acostumbrados a aprobar, consentir, y aceptar colectivamente, a mano alzada o con aplausos, algunas acciones u omisiones —aceptable práctica en entornos extra política—, olvidamos que estos, (y el mito del “caput”, dedo pulgar hacia abajo), servían en el circo romano para “cubrir los gritos de las víctimas sacrificiales y para aclamar a los gladiadores victoriosos”.

Claro que en los mismos ludis romanos, cuenta Tito Livio, en Ab urbe condita, el pueblo olvidaba juego y sus problemas para aplaudir al soberano, al dictador de entonces: “…el segundo día de los Juegos Romanos, mientras el cónsul Cayo Licinio subía para dar la salida de las cuadrigas, un mensajero que decía venir de Macedonia le entregó una carta envuelta en laurel. Una vez las cuadrigas hubieron iniciado la carrera, el cónsul montó en su propio carro y, mientras cruzaba el circo hacia el palco oficial, iba mostrando al pueblo las tablillas laureadas.

Al verlos, el pueblo se olvidó de las carreras y se precipitó hacia el cónsul en medio del circo. El cónsul convocó al Senado allí mismo y, tras obtener su sanción, leyó la carta a los espectadores que estaban en sus asientos. Anunció que su colega Lucio Emilio había librado una batalla decisiva contra Perseo, que el ejército de Macedonia había sido derrotado y puesto en fuga, que el rey con algunos de sus seguidores había huido y que todas las ciudades de Macedonia habían pasado a estar bajo el poder de Roma. Al oír esto, estallaron en vítores y aplausos frenéticos, la mayoría de los hombres abandonaron los Juegos y marcharon a sus casas para llevar la feliz noticia a sus esposas e hijos. Esto sucedió trece días después de haberse librado la batalla en Macedonia.”

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