No cerrar los ojos ante los crímenes de guerra
Prospectiva.
Más que nunca considero adecuado el nombre de esta columna porque a lo que podemos aspirar hoy, al hacer un análisis de los hechos cotidianos es a ofrecer una visión prospectiva, esto es una mirada un futuro deseable y posible, sí, pero también una perspectiva que atienda y entienda la complejidad de los escenarios y los componentes subyacentes que de ellos derivan.
Resulta muy preocupante, por decir lo menos, que luego de dos años marcados por una pandemia que ha dejado cerca de diez millones de muertos en el mundo; que ha transformado nuestra vida cotidiana obligándonos a largos confinamientos, a sacrificios personales y sociales que han llegado acompañados de la pérdida de familiares y cercanos; a una crisis económica que ha dejado más pobres a los pobres, que ha fracturado las estructuras productivas generando estancamiento e inflación, ahora veamos a diez millones de ucranianos tener que desplazarse para no perder la vida cuando ya perdieron todo lo que tenían.
Duele ver a niños y niñas cargando sus juguetes y una pequeña maleta, sin poder entender la dimensión de la tragedia que están viviendo y que los marcará para siempre. ¿Volverán algún día a sus escuelas, a sus casas, a ver a sus amigos, incluso a familiares que se han quedado atrás, procurando que ellos, los menores, puedan salir indemnes de esta tragedia tantas veces repetida, tantas veces observada desde que el hombre surgió sobre la tierra, el éxodo, la diáspora que aniquila, que envilece, que degrada y que convierte en parias a los seres humanos?
Un conflicto bélico cuyos efectos de corto y mediano plazo ya se resienten en el orbe, abonando al crecimiento de la preocupación mundial que observa, sin poder hacer nada, la posibilidad de que, como en 1914, como en 1939, el mundo se vea nuevamente envuelto en una guerra total, la tercera, cuyo desenlace puede ser la destrucción de buena parte del planeta a causa de armas atómicas cuya capacidad destructiva es de todos conocida.
Putin: las razones no justifican los hechos
En este espacio hemos escrito acerca de las razones aducidas por el presidente Vladimir Putin para atacar e invadir a Ucrania. Razones fundadas en un nacionalismo ruso que pervive a lo largo de los años y que no murió con la fractura y desaparición de la URSS:
Sin embargo, las “razones de Estado” que manifiesta el mandatario ruso, no justifican las atrocidades que se están viendo en Ucrania que, durante 35 días ha sido atacada por tierra, por mar, por aire, con una belicosidad que no puede generar otra sensación que repulsión ante la absurda actitud de un gobernante que, sin límite alguno, ha orquestado una acción punitiva contra una nación soberana que, no hay remedio, pronto será plenamente dominada,como ya ocurrió en 2008 con Georgia, y en 2014 con Crimea, ante los ojos de las naciones Occidentales cuyas sanciones aplicadas al invasor sirvieron de nada. ¿Servirán ahora?
Como en 1914, cuando los alemanes buscaron defender sus propiedades coloniales en África y en Oriente Medio, enfrentando a los imperios inglés, ruso y turco; como en 1939, cuando los mismos alemanes, entonces liderados por Adolfo Hitler, buscaron su expansión por Europa fundados en una supuesta supremacía blanca y en inmorales argumentos religiosos que no ocultaban su apetencia por nuevos espacios vitales para sus expansión geopolítica; hoy, en pleno siglo XXI, en el año 2022, vemos a los rusos buscando venganza de lo ocurrido en 1990 cuando la URSS fue fracturada, balcanizada.
Rusia, como Alemania en 1919 (Tratado de Versalles) y en 1945 (Tratados de Potsdam), fue “castigada” por los Estados Unidos, haciéndola a un lado, arrinconándola, sumando uno a uno a sus antiguos aliados a la OTAN, a la Unión Europea, como ahora pretendían con Ucrania.
Henry Kissinger lo anticipó, como en 1919 lo hicieron Woodrow Wilson (presidente de los EUA) y John Maynard Keynes (embajador especial del Reino Unido) cuando vieron los excesos que fundamentaron el Tratado de Versalles que pisoteaba la dignidad del imperio teutón. Ambos anticiparon que ese “acuerdo de paz”, se convertiría en “el huevo de la serpiente”, del cual nacería el nacionalsocialismo que provocaría otra guerra, más cruel, más larga, más violenta.
En 1939, se cumplió el pronóstico, y en agosto de 1945, con el lanzamiento de dos bombas atómicas sobre Japón, se evidenció la capacidad destructiva que había procurado el talento humano para aniquilarse así mismo. Capacidad destructiva muchas veces mayor en la actualidad en manos de los actores principales de esta comedia que se torna en drama: EUA, Rusia y China.
El “padre de la diplomacia moderna”, Henry Kissinger, secretario de Estado de Richard Nixon, a quien tocó negociar y firmar los acuerdos de Paz de París (1973), que pusieron fin a la Guerra de Vietnam, alertó hace más de una década que el fin de la “Guerra Fría”, provocado por la caída de Muro de Berlín, y la posterior desintegración de la URSS, no podía sustentarse en una política exterior basada en la imposición de Occidente sobre Oriente.
Sustentado en el perpetuo propósito de desconocer a Oriente, aniquilarlo, con el único objetivo de fortalecer la hegemonía de Occidente (liderada por los Estados Unidos) defensora de un “nuevo orden mundial” en el que quedaban excluidas Rusia, y China, esta última en franco proceso de expansión económica y militar gracias al impulso del gran artífice de su modernización: Deng Xiaoping.
No se atendieron las recomendaciones del canciller de origen alemán que estuvo a punto de convertirse en presidente de la nación más poderosa del orbe luego de la renuncia de Nixon el 9 de agosto de 1974; ruta que estuvo a punto recorrer Gerald Ford, el sucesor. Hoy estamos viendo las consecuencias. Putin, más allá de sus deplorables métodos bélicos, está alzando la voz a la mitad del foro para expresar que Rusia, la de los zares, la que forjó la URSS, no aceptará, no permitirá, que Occidente la aplaste.
¿El fin de la Historia?
Poco después de la caída del Muro de Berlín (noviembre de 1989), que trajo como resultado de la reunificación alemana y la desintegración de la URSS en 1991, que pusieron punto final a la “Guerra Fría, Francis Fukuyama publicó su libro “El fin de la historia”, que se consideró un intento de explicación del acontecer de los últimos tiempos. En esa obra, el autor establece que “el liberalismo económico y político, la idea de Occidente”, finalmente se ha impuesto en el mundo.”
El politólogo estadounidense plantea que “el triunfo de Occidente es resultado del total agotamiento de sistemáticas alternativas viables al liberalismo occidental”. Según Fukuyama, lo que estaba ocurriendo en ese momento, lo que la humanidad estaba presenciando, “no sólo es el fin de la Guerra Fría, o la culminación de un período específico de la historia de la posguerra, sino el fin de la historia como tal”.
¿Qué significaba esa afirmación hecha por el politólogo que entonces ocupaba el cargo de subdirector de Planificación Política del Departamento de Estado de los Estados Unidos?Un cambio de paradigma; una transformación de la visión del mundo y la instauración de un nuevo orden mundial liderado, de manera hegemónica, por el auto designado “guardián de la idea Occidental”, los Estados Unidos. En ese contexto, definía este momento, “como el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como la forma final del gobierno humano.”
Desde la óptica Occidental, “el fin de la historia”,significaba, nada más y nada menos, que la entronización del modelo liberal y la aceptación tácita del papel de los Estados Unidos como adalid y vigilante permanente de la pervivencia de ese nuevo orden político, con sus evidentes ramificaciones en lo económico y social. El llamado “Consenso de Washington” (1992), fue la piedra toral de ese propósito geoideológico convertido en una especie de superestructura de la geopolítica, desde la óptica del hegelismo más puro, al que invoca Fukuyama, apartándolo de lo que el llamaba los excesos del marxismo y del llamado “socialismo real”, cuya muerte se decretó desde dentro de la propia URSS al firmar su propia acta de defunción.
En esta definición filosófica, la soberbia occidental está a la vista. Su intención recurrente es negar que Oriente tiene vida propia y, sobre todo, una historia más rica y una ideología propia. Ese ha sido el hilo conductor de una relación caracterizada por la confrontación y la ruptura presente en el actual conflicto bélico que nos tiene a todos en vilo.
La soberbia de Occidente le nubla la vista
Está visión triunfalista se observa también en el artículo de Paul Krugman (El País.18 de marzo 2022), en el que el premio Nobel de Economía se refiere a lo ocurrido en Ucrania como un reflejo “de la debilidad de los gobiernos autocráticos”, metiendo en esa bolsa tanto a la Rusia de Putin como a la China de Xi Jinping.
Desde la óptica del liberalismo triunfante, el economista norteamericano funda sus argumentos acerca de la conveniencia de vivir en una “sociedad abierta”, en oposición a aquellas naciones en donde “la dictadura empieza a aparecer más atractiva si se prolonga durante algún tiempo”. Desde luego, la referencia es directa al presidente ruso, “cuya decisión de invadir un país vecino parece mas desastrosa cada día que pasa”, señala enfático el economista norteamericano.
Sin embargo, su análisis se queda en la superficialidad, lo mismo que su afán de descalificar a China por sus estrategias contra el COVID-19, olvidando que Estados Unidos es hoy la nación con el mayor número de infectados y fallecidos. Desde la torre de marfil en la que suelen escribir estos eruditos defensores de la tesis del “fin de la historia”, una atalaya cada día más vulnerable, no son capaces de aceptar que su afán por aniquilar a Oriente, negando sus valores y descalificando sus acciones y principios, lo único que han hecho es polarizar y acrecentar los riesgos derivados de una confrontación que nada tiene de dialéctica, si de Hegel queremos hablar.
En contraste, me parece más productiva la propuesta de John Gray (“El País”. 19 de marzo de 2022), quien, ante el conflicto Este-Oeste, que perdura, precisa que “la mente de Occidente no ha sabido descifrar a Putin.” Es cierto, muchos piensan (como Krugman) que esta segunda invasión de Ucrania que lleva a cabo Vladimir Putin en ocho años, `es una muestra de locura´, la última jugada de un dictador envejecido y cada vez más irracional.”
Esta visión ha llevado a muchos, entre ellos al presidente Joe Biden, a simplificar el análisis de coyuntura deduciendo que esta acción del mandatario ruso “solo puede acabar con su caída y el desastre de su patria”. Este escenario se observa hoy como una ventana de oportunidad para que Occidente “exhiba una unidad que no se veía desde hace décadas”. Lo cual fue resaltado durante su resiente visita a Europa.
Pero la visión de Occidente basada en “su idea liberal”, la de “el fin de la historia” desarrollada por Francis Fukuyama, los lleva a colegir que el resultado irremediable de esta acometida sobre Ucrania y la violación flagrante de su soberanía, aduciendo Putin razones de seguridad nacional, “tendrá como castigo hacer de Rusia un Estado paria, situado del lado equivocado de la historia.”
La ineficacia de este análisis, realizado desde la perspectiva triunfalista que permanece viva desde finales del siglo pasado, no alcanza para comprender las consecuencias históricas de este momento, de esta coyuntura que trastocará “su realidad” en pesadilla. La ayuda a Ucrania ha sido mucho menor al estoico empeño de su pueblo por impedir, como lo hicieron los rusos en Stalingrado, en 1942, enfrentando al poderoso ejército alemán que había invadido su territorio con la intensión de colonizar al pueblo eslavo al que hoy Putin quiere potenciar.
Lo que sí ha quedado en evidencia luego de más de un mes de duros combates, es que Rusia fracasó en su propósito de terminar de forma rápida con este periplo. Han muerto muchos de sus efectivos, entre ellos varios de sus generales. El gasto militar ha sido extremo, pero pocos dudan de que, como ocurrió en 2004, con Georgia, y en 2014, con Crimea, Ucrania será dominada, poniendo punto final a su propósito de adherirse a la OTAN y a la Unión Europea.
Sí, Occidente ha actuado de forma más coordinada, pero lo cierto es que no hay una estrategia clara ni un objetivo realista en esa estrategia. “Se supone que Putin caerá derrocado, pero puede suceder que la avalancha de sanciones será ineficaz o contraproducente. El objetivo más coherente que se percibe en la reacción de Occidente -la vuelta al estatus quo anterior a la invasión- es imposible.”
Contrario a lo que se predestinaba, la historia avanza, no fenece, se establece en el incisivo artículo de Gray, para quien, a sabiendas de que es difícil saber cuál será la evolución de este conflicto, y su solución, no le queda la menor duda de “que lo que estamos viendo es una ruptura del sistema internacional comparable al final de la primera era de la globalización en 1914.”
En este escenario, el viaje de Joe Biden a Europa, debe ser un parteaguas, una oportunidad de oro para ver el conflicto desde otra perspectiva. Está claro que la confrontación per se no ayudará a resolver este conflicto, y que los Estados Unidos, y sus socios de la OTAN, no pueden hacer a un lado el hecho de que Rusia, además de contar con un armamento altamente destructivo, controla el suministro energético de Europa, es un proveedor crucial de metales estratégicos, de fertilizantes, y,además, el mayor importador de trigo del mundo.
La guerra de Putin nos dice Gray, “ha destrozado la visión de la historia que ha guiado a Occidente durante los últimos 30 años”. La recomendación del autor de este texto parte de la urgencia de que Occidente, el mundo vean con claridad, “que entiendan”, que las razones de la caída del comunismo no se debieron a la disidencia intelectual, ni a la ineficiencia económica “que había acosado al régimen desde el principio, sino al nacionalismo, la religión y la revuelta obrera.”
En Rusia, nos recuerda, lo que provocó el desmoronamiento del régimen comunista fue el fracaso del programa de reformas impulsadas por Mijaíl Gorbachov (Perestroika y Glasnost). Nos recuerda el apotegma de Alexis de Tocqueville: “El momento más peligroso para un mal gobierno es cuando empieza a reformarse”. Así las cosas, Occidente debe tener muy en cuenta que, como señala John Gray: “En su posición ambivalente entre Europa y Asía, Rusia nunca iba a convertirse en un facsímil de Occidente.”
Para quienes tengan aún alguna duda del rumbo que quiere seguir Putin, no pueden pasar por alto que el patriarca Kirill de Moscú y de toda Rusia pide la paz, pero, sin miramientos, apoya públicamente al presidente ruso, porque al parecer, nos dice Gray, “el objetivo de la invasión a Ucrania es recuperar Kiev para la Santa Rusia”.
Con lo anterior se entiende por qué Putin es el rostro de un mundo que la mente occidental contemporánea no entiende. Un mundo, el Oriental en el que “la guerra sigue siendo parte permanente de la experiencia humana; las luchas a muerte por territorios y por los recursos pueden estallar en cualquier momento; los seres humanos matan y mueren inspirados por visiones místicas, y salvar a las víctimas de la tiranía y la agresión muchas veces es imposible.”
Desgarradora descripción, sí, pero mucho más el colofón de su artículo que nos llama a: “Abandonar el sueño iluso de un orden liberal mundial y revertir el imprudente desarme de las últimas décadas. Solo entonces estaremos para lo que nos depare la guerra de Putin.”
Vientos de Guerra
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