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MAD: una voz en el desierto

MAD: una voz en el desierto

19 de enero
Por Kristian Antonio Cerino

De una u otra manera el ciudadano promedio se ha encargado de alimentar el ego de Manuel Andrade Díaz, un político que se ganó la lotería cuando gobernó Tabasco durante un quinquenio. Y solo cinco años debido a que el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación le anuló la elección de gobernador y fue necesario repetir el proceso y transitar con un mandato interino. En aquel entonces, los magistrados consideraron que la elección no fue neutral, que el candidato priista había sido apoyado por el ejecutivo saliente.

¿Por qué gobernó Andrade? Porque Tabasco es un estado que por periodos navega a la deriva y producto de esa inercia, un día más que otro, emerge un personaje como él.

Como reportero recuerdo su quinquenio: un gobernante con un discurso “gracioso”, con acciones “ocurrentes” y hostil con la prensa. Solía provocarse un ligero llanto cuando lo creía necesario. Por ejemplo: el día en que leyó una carta precisando que una niña le había solicitado un manatinario. Antes de ser mandatario, durante y después, comprendió que no solo el llanto sino la comedia lograba un alto impacto entre las audiencias. Y repitió el método.

Se jactaba de ser el gobernador “más joven” y de haber concluido su gestión sin “inundaciones” y “altos índices delictivos”. Sin embargo, el estado se caía a pedazos por las múltiples manifestaciones, las represiones y las obras inconclusas que heredó a la siguiente administración pese haber gobernado con recursos por excedentes petroleros, sobre todo, las omisiones a las acciones hidráulicas.

A lo largo de cinco años, instauró un discurso vacío que, si bien provocó risas entre su primer círculo, en el fondo este carecía de argumentos. Durante un tiempo, posterior a su mandado, estuvo callado, en el retiro silencioso, quizá porque el próximo gobierno lo encabezó otro priista como él. Pero, de vez en cuando abandona el claustro y usa la tribuna de siempre no solo para llorar sino también para denostar a las administraciones que para él han sido opositoras a su esencia priista. Reitero: el llanto, la frase popular y un discurso practicado frente al espejo, le han permitido sobrevivir, aunque olvidando que como exmandatario se cuestionó -y podríamos seguir cuestionando- las acciones de su administración y la forma en que un grupo de amigos igualmente sacó ventaja personal y para sus familias. Por esta razón, y los analistas coinciden, que Andrade está fuera de lugar queriendo corregir o cuestionar la toma de decisiones del gobernador en turno. Tendríamos qué preguntarnos quién le cree cuando va a la radio -o en sus redes- para despotricar contra un gobierno que alguna vez, y por suerte, encabezó solo por cinco años, pues un año le arrebataron por tramposo.

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De lo poco que el ciudadano promedio recuerda de él son imágenes aisladas y que se resumen en estas: su brinco al PRD para ser candidato a la alcaldía de Centro, misma que perdió; la vez que provocó un accidente en estado inconveniente, que terminó vendado de la cabeza y despojado; y su último llanto radiofónico después de haber asistido al Parque Tabasco, sede de la feria estatal, porque según él hizo empatía con los jóvenes, poniendo en garantía su estado de salud. Sin embargo, la lectura es otra. Lo que en alguna ocasión llamaron el “ser Andradista” es algo que existe porque él lo vocifera, más nadie va por la calle -o algún político- repitiendo que es o fue Andradista, lo que significa que se trata de una voz en el desierto que busca llamar la atención como en las cortes repletas de bufones, y que su único sueño es volver a disfrutar del poder, un poder que logró por aquellas inercias.

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