El discurso discordante de Joe Biden en Polonia
Prospectiva
El viaje del presidente Joe Biden a la zona de conflicto, con la finalidad de enviar un mensaje al mundo de su apoyo a Ucrania, ha generado preocupación en sus socios europeos por la beligerancia de su discurso, especialmente para Emmanuel Macron, el presidente francés que está buscando fortalecer un liderazgo que quedó acéfalo por el retiro de la ex canciller alemana Ángela Merkel. El mensaje intromisorio y altanero del presidente de los EU, no ayuda al propósito de encontrar un camino hacia la paz en Europa Oriental.
Los duros adjetivos pronunciados por el mandatario estadounidense, que calificó a Vladimir Putin de “carnicero”, al tiempo que conminaba a los ciudadanos rusos a “deshacerse de su presidente”, es una clara actitud injerencista -al más puro estilo norteamericano-, en los asuntos internos de otra nación, lo que obligó al mandatario galo a pedirle a su homólogo que le baje dos rayitas a sus discursos que lejos están de aportar a una solución al conflicto entre Rusia y Ucrania.
¿Dónde quedó el mesurado Joe, cuya premisa como vicepresidente de los Estados Unidos, en la administración de Barack Obama, era la diplomacia de seda? ¿Será que el demócrata encontró en el cajón de su escritorio, en la Oficina Oval, una copia del “Manual del peleador callejero” olvidado ahí por Donald Trump? Vaya usted a saber. Lo cierto es que estamos viendo la peor versión del demócrata que parece navegar sin rumbo y sin una estrategia clara que concite el apoyo de los demás miembros de la OTAN que cada día tienen más dudas sobre él, y sobre su futuro.
Su discurso en Polonia evidencia una postura totalmente alejada de los intereses y preocupaciones de las naciones europeas que huelen el humo de la guerra. Se le ha hecho fácil al jefe de Estado norteamericano declarar que habrá que acostumbrarse a una guerra que durará varios meses. Señalar en el marco de su visita relámpago al viejo continente para luego recorrer diez mil millas de regreso a Washington, no es, para nada, el tipo de discurso que esperaban sus aliados del Pacto del Atlántico Norte, que resienten los efectos de un conflicto que ya genera severos daños económicos, sumado al riesgo latente de que el conflicto escale y los involucre de manera directa si Putin decide orientar los cañones hacia alguna de las naciones miembro de la OTAN.
¿Dónde está el piloto? Deben preguntarse los socios de la OTAN, pero también los estadounidenses que votaron por un cambio en la Casa Blanca que pusiera punto final al gobierno de Donald Trump, caracterizado por la estridencia, la polarización y la rispidez en lo que a la diplomacia se refiere. ¿Pensarán algunos fanáticos incondicionales del ex mandatario republicano que él “habría evitado que su amigo Putin”, llegara ten lejos? Sin duda, presunción que estará en la mente de los casi 73 millones de ciudadanos que votaron por el magnate neoyorquino en noviembre del 2020, y que pronto serán nuevamente convocados a las urnas.
Esa percepción ya se evidencia en las encuestas de popularidad que anticipan que las elecciones de noviembre próximo pueden convertirse en la némesis del gobierno de Joe Biden, con evidentes repercusiones en los comicios presidenciales del 2024, sobre todo, si en las boletas vuelve a aparecer el nombre de su antagónico al que no le han podido hacer ni un rasguño a pesar de las claras evidencias de su participación en el intento de golpe de estado del 6 de enero del 2021.
A su regreso a Washington, el presidente respondió a Emmanuel Macron que no le quitaría ni una coma, ni un adjetivo, a lo señalado en Polonia contra Vladimir Putin; al tiempo que reiteró su compromiso de seguir apoyando al gobierno de Ucrania y a su población, a la que calificó de heroica por la forma en la que ha enfrentado al ejército ruso a pesar de las asimetrías económicas y militares entre la nación invasora y la invadida.
Se apuesta por el armamentismo
Al igual que están planteando los gobiernos de la Unión Europea, los Estados Unidos presupuestarán más recursos para la defensa, lo que anticipa que, en los años por venir, se acrecentarán las tensiones a niveles similares o superiores a los vividos durante los 45 años de la Guerra Fría. Para hacer realidad este propósito, Biden pedirá al Congreso 5.8 millones de dólares como presupuesto para el próximo año. Su objetivo, que se observa complicado de cumplir, es revitalizar su plan de inversión y reducir el próximo año el déficit fiscal “en más de 1.3 billones”.
¿Cómo lograr ese objetivo? La directora de la Oficina de Administración y Presupuesto de la Casa Blanca, Shalala Young, ha señalado que para revitalizar la agenda y recortar el déficit en un poco más de un billón en la próxima década, se propondrá un gravamen a los estadounidenses más ricos: “La presión se aplicará a los hogares con rentas superiores a 100 millones de dólares al año, mediante un nuevo impuesto mínimo del 20% sobre los ingresos, así como sobre el valor de los activos líquidos como las acciones, que actualmente se tributan solo al venderse.”
Sin duda, esta propuesta tendrá repercusiones para el gobierno demócrata. El tiempo dirá si esta estrategia,basada en las recetas keynesianas, ha sido la adecuada. De lo que no hay duda, es que la propuesta de un impuesto adicional a los que más ganan, no caerá bien en el segmento de los ricos. No todos los millonarios de Estados Unidos piensan como Warren Edward Buffett, quien de manera reiterada señala que los ricos deberían pagar más impuestos.
Por su parte, los republicanos tendrán más argumentos en contra del gobierno demócrata al que seguramente calificarán de “socialista”, influenciado por las ideas “izquierdistas” de Bernie Sanders y de Kamala Harris, identificados como los líderes de un movimiento al interior del partido demócrata que promueven un cambio de modelo económico y social; uno más cercano a los que menos tienen en un país en que las asimetrías entre ricos y pobres se hacen cada día más evidentes.
La pandemia ha generado una crisis económica que ha colapsado a muchas naciones, obligándolas a incrementar el endeudamiento interno y externo para enfrentar los efectos del parón económico. Los presupuestos en los dos años anteriores estuvieron orientados a atender las necesidades de los más pobres, las primeras víctimas de un escenario matizado por el temor a los contagios, a fortalecer la infraestructura hospitalaria y al personal de salud.
Los 780 mil millones de euros distribuidos por Bruselas entre los 27 socios de la UE, estaban orientados a ese objetivo. ¿Seguirá siendo ese su destino, o se canalizarán ahora a gastos de defensa derivados de la crisis ucraniana y sus efectos en la geopolítica de Europa? La semana pasada, en este mismo espacio, comentamos que los jefes de Estado y gobierno de la Unión Europea se reunieron en el Palacio de Versalles para acordar un plan que tiene tres objetivos centrales: uno, aumentar las partidas presupuestales dedicadas a la compra de armas o a su producción; dos, disminuir la dependencia energética de Rusia y, tres, revertir lo más pronto posible la dependencia alimentaria que ha puesto en evidencia la guerra en Ucrania.
Por su parte, Estados Unidos considera un incremento del 4% en su gasto militar para el año próximo, al tiempo que se compromete a impulsar diversos programas de amplio impacto social. El objetivo de proyecto presupuestal que impulsa Joe Biden es que el aumento de impuestos orientado a las rentas más altas “sufrague, en parte, el desembolso del Gobierno Federal, en un contexto de incertidumbre por la alta inflación y las turbulencias geopolíticas internacionales, del curso de la contienda al precio y el suministro del petróleo:”
La crisis migratoria: 10 millones de desplazados
Antes del 24 de febrero, fecha de inicio de la escalada militar de Rusia sobre Ucrania, las crecientes olas migratorias era un tema de la más alta preocupación para la ONU y su organismo subsidiario, la ACNUR, responsable de atender este asunto que escala año con año por razones económicas, políticas, militares, de salud, entre otras. En septiembre del año pasado los datos que manejaba la ONU sobre el número de desplazados en el mundo, por diferentes razones, era de aproximadamente 450 millones de personas.
La pobreza, la marginación, la falta de empleos y el nulo desarrollo económico, las guerras, el terrorismo, la inseguridad, son la razón de ser de los flujos migratorios hacia Estados Unidos, hacia Europa y otras naciones consideradas por los migrantes como mejores alternativas para vivir; percepción que, en la mayoría de las ocasiones, es tan solo una ilusión efímera, pasajera.
Si la situación era grave, la guerra en Ucrania ha escalado el problema. Se considera que con motivo de la invasión militar rusa 10 millones de personas se han visto obligadas a desplazarse, uno de cada cuatro ucranianos. Las últimas cifras establecen que cuatro millones de personas han tenido que refugiarse en países colindantes, como Polonia y Hungría.
La situación es compleja. Llueve sobre mojado porque en Europa desde hace varios años sufren una crisis a causa del crecimiento del número de migrantes. Lo que hoy se vive, sin duda, hará más tenso el escenario ya que partidos de extrema derecha, que abanderan posturas ultranacionalistas y xenofóbicas, levantarán más la voz para oponerse a lo que consideran “invasión” de sus espacios. La creciente ola migratoria, en un escenario pos pandémico complejo, matizado por la crisis económica que derivó en el cierre de muchas empresas con la consiguiente pérdida de espacios laborales, es seguro que se multiplicarán las presiones sobre los gobiernos exigiéndoles priorizar a los locales.
Este escenario obligará a los países de la UE a tomar previsiones para lo que se anticipa una larga crisis de refugiados, para lo cual se requerirán recursos presupuestales adicionales. ¿De dónde saldrán esos recursos? Alemania y Polonia ya han solicitado a Bruselas mil euros por cada persona acogida que huya de la guerra en Ucrania. De ese tamaño es el problema que ya se vive y que puede incrementarse si se extiende más tiempo el conflicto en el tiempo y en el espacio.
A la hora de escribir esta columna, se leen, se escuchan noticias promisorias sobre el fin de la guerra, pero a los pocos minutos surgen otras que desalientan y preocupan. El presidente de Ucrania, Volodomir Zelenski, quien se ha distinguido por su capacidad de comunicación, la cual ha jugado un papel muy importante al invitar a todos los países a no abandonar a su país, a apoyarlos con armas, con ayuda humanitaria; a manifestarse en contra de la guerra y de Rusia.
Ucrania: ¿Una luz al final del túnel?
Sus intervenciones virtuales ante congresos de distintos países le han permitido transmitir su versión de los acontecimientos, lo que resulta muy importante ya que ha echado por tierra los mensajes triunfalistas del Kremlin que se derriten ante una realidad inobjetable: el fracaso de Rusia en su objetivo de terminar de manera rápida y con los resultados anunciado antes de la invasión y apoderamiento del territorio invadido.
A pesar de la defensa heroica de su territorio, Zelenski sabe que ha llegado el momento de ceder en algunos puntos antes de que el tamaño de los daños sea mayor. El ingreso a la OTAN promovido desde hace varios años por Estados Unidos y sus aliados europeos, está totalmente cancelado.
En cambio, se ha ofrecido a los representantes rusos,participantes en la mesa de negociación “la neutralidad”. A cambio, Ucrania demanda que Turquía (sede de las negociaciones), Israel y Canadá, sean vigilantes permanentes de que los acuerdos de paz se cumplen cabalmente.
Lo que parece no estar cerrada es la posibilidad de que Ucrania pueda ingresar a la Unión Europea, si bien está descartado que ello ocurra con la celeridad que se planteó hace un par de semanas. El primero que saltaría si ello ocurriera sería el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, quien, seguramente, buscará una retribución por su papel como mediador en este conflicto si es que de la mesa de negociación instalada en Ankara nace un acuerdo que ponga fin a la guerra.Ello daría fuerza al propósito de décadas de convertir a Turquía en integrante de la Unión Europea.
Mientras esperamos ansiosos que se concrete este acuerdo, no podemos obviar lo ya señalado con insistencia en este espació: Estamos asistiendo al nacimiento de un nuevo orden mundial. La geopolítica tiene un papel estelar en este drama protagonizado por Rusia y Ucrania, que no esconde que los actores principales son China y los Estados Unidos, antagónicos en razón de intereses irreconciliables. “El fin de la historia” no se concretó, como se anunciaba al concluir la Guerra Fría.
Somos testigos del nacimiento oficial de un nuevo estadio del orden mundial. El Papa Francisco, quien la semana pasada fustigó duramente a la OTAN por su propósito expansionistas, había señalado tiempo atrás que ya se observaba un escenario de confrontación similar al de la Guerra Fría. ¿Quién puede negar en este momento que esa aseveración del pontífice tiene fundamento?
Hacerme amigo del enemigo de mi enemigo
La invasión a Ucrania, a pesar de no haber sido lo exitosa que Putin buscaba, ha reposicionado a Rusia lo que permite al maquiavélico ministro de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov, alardear sobre la sintonía entre Moscú y Pekín. El pasado 23 de marzo se reunió con su homólogo chino Wang Yi, en Huangshan, China. Derivado de ese encuentro, el canciller ruso proclamó un nuevo orden mundial “justo y democrático”, concepto este último que suena raro cuando lo promueven dos naciones que no se caracterizan por su impulso a la democracia al interior de sus territorios.
Lo que resalto de este encuentro muy oportuno cuando los ojos del mundo están puestos en la invasión de Rusia a Ucrania, es que Lavrov asegura que ambos países “hablan con una sola voz en cuestiones globales y desarrollan una política exterior coordinada”, lo que echa por tierra toda idea de que China no aprueba la campaña bélica de Putin.
A 50 años de distancia de la visita de Richard Nixon a China, en febrero de 1972, “la semana que cambio al mundo”, no podemos sino aceptar que las cosas han cambiado radicalmente en la geopolítica mundial. Esa visita puso punto final a 22 años de abierta enemistad producto de la victoria de los comunistas en una larga guerra. Su entrevista con Mao Zedong, líder de la “China roja” como se le llamaba entonces, el apretón de manos entre dos figuras antagónicas, fue calificada en su momento como una “revolución diplomática”.
Henry Kissinger, entonces su asesor de Seguridad Nacional, un “mago de la diplomacia”, había concertado con Zhou Enlai, primer ministro chino este encuentro cuyo objetivo era acercar a los Estados Unidos a la nueva potencia asiática. En el contexto de la Guerra Fría, Estados Unidos, líder del bloque occidental enfrentaba a dos grandes adversarios en el mundo comunista: China y la URSS.
¿Cómo lograr ese acercamiento? ¿Cuál era el objetivo? Kissinger estaba claro de que había un distanciamiento entre ambas naciones. Desde 1950, al triunfo de los comunistas en China, habían surgido diferencias insalvables. Primero con Stalin, luego con Nikita Jrushchov, derivado de la fallida estrategia soviética de instalar misiles atómicos en Cuba que derivó en una crisis que estuvo a punto de generar una guerra mundial. Pero la gota que derramó el vaso ocurrió en marzo de 1969 cuando ocurrió un conflicto fronterizo que llevó a las armas causando decenas de muertos de ambos bandos.
Esa coyuntura hizo que Nixon viera la oportunidad de sacar provecho de esta discordia en el campo comunista. Richard Haass, presidente del Council on Foreign Relations (citado por BBC NEWS) ha escrito que el presidente y su asesor de Seguridad Nacional, “creían que un entendimiento con China les daría una ventaja contra los soviéticos.” Un acercamiento exitoso para China que fortalecía la posición de Washington de Cara a Moscú.
A Mao le preocupaba que la URSS los pudiera atacar con armas nucleares, por lo que “estaba contento de contar con la ayuda de los EU”, ha señalado el propio Haass. Hace 50 años, Nixon optó por hacerse amigo del enemigo de su enemigo y con ello pudo “enfriar” la Guerra Fría.
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