Dos historias sobre el arquitecto Lalo Gallegos
La primera historia sobre Lalo Gallego surgió como mi competidor. El con cincuenta años viviendo en Villahermosa y yo con diez años menos. Con el paso de los años, esa enemistad de competidores, me lo puso en una comida concertada en “El Ganadero”, compartiendo una deliciosa carne de vacuno. Fuimos a partir de ahí grandes amigos. Lalo me contó algo que yo amaba por mis amigos de la prepa. La torería. De joven, Lalo quiso ser –según me contaba- “matador de toros.
¿Qué había obtenido Lalo hasta entonces? Unos “superfaro” muy madreados por el uso; una capa de “torerillo” de color rosa y una muleta de matador de toros con su espada y un entusiasmo increíble por ser “matado de toros”.
Me recordaba todas las placitas de toros del entonces Distrito Federal, sus entrenamientos con otros aspirantes a “matadores”y la eterna espera a ver si alguien te ofrecía el rango de “sobresaliente” en alguna posible corrida de novilleros. Pensar en una corrida de toros era algo imposible.
La otra historia me la contó Francisco Chávez Guerrero, hombre de radio que medio lo conoció viajando de ciudad Obregón, Sonora a Guadalajara.
Sucede que Chávez Guerrero, fue contratado por una cadena radial de Guadalajara. Así que una tarde llevó su viejo Ford Modelo 1956 al mecánico, lo afinó, le puso combustible y al otro día a eso de las 6 a.m. salió con rumbo a Guadalajara.
De repente, ya estaba en Sinaloa. Tras recorrer algunos cientos de kilómetros, quiso hospedarse en Culiacán. En la distancia, sus ojos descubrieron una torre gigantesca de unos veinte niveles. Y hacia allá se fue.
Al primer ser vivo que vio (un agente de tránsito) le preguntó:
—-“Usted, señor, que es de Culiacán, dígame: esa torre, hecha quizá por un loco, dígame, ¿usted lo conoce?”….
—-“No señor, le contestó el agente de tránsito, no sé quién la hizo, pero si le puedo decir que vaya a la presidencia, pregunte por el ingeniero en jefe, quizá el pueda contestar su pregunta, yo no sabría el dato”….
Y hacia allá se fue Chávez Guerrero. Alguien le dijo que el “genio loco” que había proyectado tal construcción era un tipo de Chihuahua, y de nombre Eduardo Gallegos Chaoul.
El segundo apellido era de origen árabe. Lalo Gallegos pertenecía a dos razas distintas.
El nombre y la torre de veinte pisos de Culiacán se fueron quedando en el olvido de Chávez Guerrero quien llegó a Guadalajara y tras cinco años de trabajo hizo triunfar las radiodifusoras para las que fue contratado.
Sus jefes, felices, le hicieron una megaoferta. O le pagaban en efectivo o le ofrecían dirigir en las lejanas tierra del sureste otra cadena radial. Chávez Guerrero, joven y ambicioso, aceptó esta generosa oferta, y con un coche Ford, pero de modelo diez años mejor, un Ford 1966 se vino con todo y chivas a Tabasco.
Ya establecido acá, alguien le presentó a uno de los mejores arquitectos, proyectista cuando menos de 200 casas y de nombre Eduardo Gallegos Chaoul.
Ahí surgió la pregunta, “Fíjese que hace ya mucho años pasé por Culiacán y observé como un arquitecto de por allá construyó una torre de veinte niveles, ‘¿no es usted de casualidad? Y ahí surgió aquella amistad que concluyó ayer que murió Lalo, Chávez Guerrero murió hace cinco años…
Hoy, que rindo este homenaje a Lalo y a Paco Chávez Guerrero no puedo sino decir: qué maravillosa es la vida. Dios los hace y ella nos junta. Adoro a ese ser humano que fue Eduardo Gallego Chaoul. Deseo que dios nuestro Señor, le de vida eterna por su genio de arquitecto. Y a Francisco Chávez Guerrero, por su genio para hablar ante un micrófono con una gran cultura y calidad humanas. Descansen en paz tan grandes amigos. Los amo de verdad….
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