Con ómicron, la crisis económica se agravará y la pobreza aumentará. Joe Biden está bailando en la cuerda floja. Gabriel Boric: ¿Un reencuentro con la historia chilena?. Boric venció al discurso del miedo de la extrema derecha chilena
Inicia un nuevo año en un contexto no muy diferente al de los dos años anteriores. Esta afirmación puede sonar injusta en razón de que, con respecto a enero del 2021, ya se han vacunado, a nivel planetario, un poco más de 3,500 millones de personas, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Sin embargo, además de que la mitad de la población del planeta no a recibido una vacunación completa, nos enfrentamos a un nuevo reto derivado de la mutación del virus que, desde diciembre de 2019, nos tiene en jaque, en un escenario colmado de incertidumbre y de temor.
Ómicron se ha convertido, en muy poco tiempo, en un enemigo público cuyas características apenas se están definiendo. De lo que no hay duda es que esta nueva cepa, que aparentemente está tomando el lugar de la variante Delta, es más contagiosa, lo que pone en riesgo tanto a los vacunados como a los ya infectados por el coronavirus. Un paso atrás cuando se empezaba a ver la luz al final del tunel. Tenemos que seguir atendiendo los protocolos ya de sobra conocidos, pero no siempre respetados.
Nuevamente ha quedado en evidencia la velocidad de transmisión del virus por la alta movilidad de personas y de mercancias, cómo había ocurrido con la primera variante surgida en China, la que, en menos de un mes, se propagó en los cinco continentes provocando una gran ola de contagios y de muertes. Según datos de la propia OMS, a la fecha, más de 500 millones se han contagiado dejando un saldo de fallecidos de un poco más de 7 millones de personas, si bien hay datos de que el número puede estar cercano a los 10 millones de muertos a causa de este virus.
Datos al 4 de diciembre pasado establecen que a nivel mundial se han aplicado 8 mil 810 millones de vacunas. Completamente inoculados están 3 mil 770 millones con dosis completas. A esa fecha se puede señalar que el 48.3% de la población mundial está completamente vacunada. Sin embargo, la amarga noticia, que evidencia que se ha privilegiado el nacionalismo de las vacunas es que, por ejemplo, en Haití, una de las naciones más pobres del planeta, sólo se ha aplicado el fámaco al 1% de su población, en tanto que en países como Israel y Chile, en nuestro continente ya van por la cuarta dosis, y en México, se ha vacunado a 180 millones de personas. COVAC ha sido un rotundo fracaso, la inequidad está a la vista. La ONU ha fallado en su tarea de garantizar una vacunación universal y equitativa.
Con ómicron, la crisis económica se agravará y la pobreza aumentará
El saldo de la pandemia también se puede medir en términos económicos. En dos años, la crisis sanitaria provocó un colapso económico solo comparable con el crack de 1929. La dicotomía salud o economía se resolvió dando prioridad a lo primero, lo cual era ético y razonable, a pesar de que se anticipaban los efectos que ello conllevaría: parón de las actividades productivas, cierre de muchas empresas, preponderantemente las micro, pequeñas y medianas empresas que no pudieron sobrevivir sin ingresos por lo cual cerraron o, al menos redujeron sustancialmente su planta laboral para evitar el cierre, lo que se tradujo en la pérdida de millones de empleos parte de los cuales apenas se estaban recuperando, muchos de ellos, hay que señalarlo, con salarios menores y con condiciones laborales diferentes a las vigentes antes de la pandemia; en eso estábamos cuando apareció ómicron, echando por tierra todo lo avanzado.
El parón económico inicial provocó un colapso en las cadenas productivas lo que devino, a la hora de la reactivación de las economías, en un desabasto de muchos componentes necesarios para la fabricación de mercancias, por ejemplo, los famosos chips cuya escasez ha afectado severamente a la industria automotriz, a la metal-mecánica (robotización) y a la industria electrónica. Un dato relevante es que en México se han dejado de producir cerca de 600 mil automóviles por el desabasto de los famosos chips.
Ya antes de la aparición de esta nueva variante, la pandemia y la crisis económica, habían puesto en el escenario un elemento de alto impacto para la sociedad y para la propia economía: la inflación. Desde mediados del 2021 se encendieron los focos rojos ante la persistencia del aumento de los precios a niveles que no se habían visto al menos en las dos últimas décadas. El rompimiento de los techos esperados para los índices inflacionarios obligó a los bancos centrales a generar mecanismos orientados a contener la escalada de precios.
Las discrepancias afloraron. Hoy siguen existiendo opiniones opuestas, recetas divergentes. Por una parte, se escuchan voces a favor de las medidas monetaristas ortodoxas orientadas a promover el ahorro para reducir la demanda incrementando las tasas de interés; del otro lado, se encuentran los que consideran que este incremento, lejos de ayudar, “manda un mensaje equivocado al mercado”. Estos últimos consideran que la inflación no tiene componentes estructurales sino que “obedece a factores estacionales”, que conforme se recupere la producción y la distribución se atenuarán.
En tanto se decide qué hacer, “la madre” de todos los bancos centrales, la Reserva Federal de los Estados Unidos, por el momento, ha mostrado cautela no aumentando las tasas de referencia, en niveles casi de cero desde hace más de diez años, sin embargo, ya inicio con el recorte de los estímulos al consumo. En esa nación crecen los opuestos al aumento del circulante monetario como ocurrió en el último año del gobierno de Donald Trump y en el primero de Joe Biden como medida para paliar el desempleo por el parón y el cierre de miles de empresas. El keynesianismo en su máxima expresión.
Joe Biden está bailando en la cuerda floja
Biden, por cierto, se ha econtrado con un inesperado escollo en su propósito de seguir inyectando recursos a la economía. Su correligionario (para algunos más republicano que demócrata), el senador por Virginia Occidental (estado francamente sumado al trumpismo), Joe Manchin, se ha revelado votando en contra del plan estrella de gasto social de Biden que incluye una inversión de 2.2 billones de dólares. Su argumento se funda en la idea de que “tanto gasto traerá más inflación que anda desbocada en el país y es uno de los problemas más preocupantes”.
Está claro que si la propuesta demócrata no avanza será un factor de riesgo para el proceso electoral de noviembre próximo, y, seguramente, en la ruta hacia el 2024, contienda en la que todo hace suponer que estará en las boletas Donald Trump. Sobre este proceso electoral que está más cerca de lo que se piensa, penden negros nubarrones. El jueves se cumple un año de la asonada golpista sobre el Capitolio fraguada desde la Oficina Oval de la Casa Blanca, aunque los investigadores del lamentable hecho le han dado más vueltas al asunto que un gato a su comida.
Trump ha hecho hasta lo imposible por evitar que trasciendan los documentos que evidencian su participación, y la de sus cercanos y seguidores, en ese evento. Quizá la demora, que puede ser infinita, tenga que ver con la nota publicada recientemente por el influyente Washington Post en la que un grupo de generales retirados advierten sobre una posible “insurrección o guerra civil” en su país “si la elección del 2024 no marca una clara diferencia entre los oponentes”, escenario que considero difícil ocurra. Sin duda, será, como hace un año, una lucha a muerte en un país dividido en el que muchos de los que votaron por el demócrata no están muy satisfechos con su desempeño.
Estos militares señalan que en la toma del Capitolio, y en el apoyo a ese hecho, están los nombres de militares en retiro, sí, pero también militares en activo, por lo que sugieren que la Secretaría de la Defensa debería “poner a trabajar a su área de inteligencia antes de que sea demasiado tarde”. Un futuro incierto para la nación de las barras y las estrellas a un año de distancia de el evento que hizo a los norteamericanos, y al mundo, reconocer que: “La democracia en América”, está en peligro.
Gabriel Boric: ¿Un reencuentro con la historia chilena?
Me permito utilizar el título del artículo del analista chileno Eugenio Tironi, publicado el 20 de diciembre pasado (“El País”), un día después de haberse realizado la segunda vuelta electoral en Chile en la que el izquierdista Gabriel Boric obtuvo un rotundo triunfo (55.87% de los votos) sobre su opositor José Antonio Kast, quien había ganado la primera vuelta con el 26% de los votos contra el 22.5% obtenido por el finalmente vencedor.
La frase: “La historia se repite, y no siempre como comedia”, utilizada por Tironi, es una analogía como la usada por Carlos Marx (“El 18 brumario de Luis Napoleón”) al comparar el ascenso al trono de Napoleón I, en 1804 (la comedia), con el de su sobrino nieto, Carlos Luis Napoleón (Napoleón III), el 2 de diciembre de 1852 (la tragedia).
Pero en este caso, entiendo que el analista chileno funda su reflexión en el comparativo obligado del triunfo de Salvador Allende que los llevó a la presidencia en 1970, con esta victoria de Boric, postulado por una coalición en la que participan, entre otros, el Partido Comunista, del cual es miembro destacado a sus 35 años. Un escenario diferente, sí, pero con algunas similitudes que es necesario comentar.
Gabriel obtuvo el mismo porcentaje de votos obtenidos por aquellos que en 1980 votaron en el plebiscito manifestando su deseo de que terminara la ditadura del nefando general Augusto Pinochet quien, al año siguiente, a regañadientes, dejó la presidencia, pero no su peso político investido del cargo de “senador vitalicio”. Por cierto, su viuda, Luciana Hiriart, quien ejercía una gran influencia en él, falleció el 19 de diciembre, el día marcado para la segunda vuelta electoral, por lo cual ya no supo de la victoria de Boric, lo cual, sin duda, le habría generado un gran disgusto.
El que sí tuvo que reconocer su derrota fue José Antonio Kast, quien había llegado a la segunda vuelta arropado por los grupos más conspicuos del “pinochetismo” que todavía ejercen enorme infuencia en los sectores militar y empresarial, pero también en buena parte de la población que le otorgó el 44% de los votos que es un dato que no debe ser echado al olvido. Los sociólogos políticos deberán analizar el cambio en sólo un año del espectro electoral claramente cargado hacia la izquierda. Hoy, se da un voto dividido que produce un gobierno dividido con todo lo que ello conlleva de negativo para la gobernabilidad.
Boric no puede echar en saco roto el hecho de que Kast, un candidato que en ningún momento ocultó su admiración por el dictador y por sus métodos, es un factor real de poder, lo que, seguramente, buscará demostrar en el día a día en el Parlamento chileno, con una fuerte presencia de los grupos de la derecha que lo apoyaron abiertamente.
En 1970, Salvador Allende obtuvo su triunfo en la segunda vuelta, con una abierta oposición de la Democracia Cristiana que dominaba el Congreso y bloqueaba todas las iniciativas del mandatario que, sin embargo, avanzaba y mucho en su programa social, lo que provocó el encono que derivó en la tríada integrada por EU, las élites militares (en Chile, las fuerzas armadas no son todas “pueblo vestido de soldado”) y las oligarquías nacionales y extranjeras, lo que devino en un Golpe de Estado cruento.
En marzo próximo, Gabriel Boric será investido como el presidente más jóven de la historia chilena. Diás antes habrá cumplido 36 años. Llegará a la primera magistratura de su país merced a un triunfo que es legal y legítimo, sí, pero con un Congreso dividido que hará difícil, pero no imposible, hacer realidad su programa de gobierno.
Insisto, Salvador Allende vivió ese mismo escenario, no obstante, logró impulsar grandes e históricas transformaciones en un país dominado por las viejas oligarquías criollas y extranjeras, amalgamadas para evitar el avance de los programa de gobierno que anunciaban una transformación reparadora de los daños sociales provocados por la concentración de la riqueza en muy pocas personas, sí, las mismas que atacaban un día sí y otro también al gobierno acusándolo de “populista y de comunista”.
Nacionalización del cobre, reforma agraria, educación y salud para la mayoría de la población que vivía en un escenario de injusticia e inequidad social, como hoy nuevamente ocurre en esa magnífica nación andina liberada del yugo español en 1818 por José de San Martín y Bernado O´Higgins. Por ello, Boric deberá dar continuidad a lo logrado durante el llamado período de “La Concertación”, también conocido como de los “30 años”, pero yendo más allá, arropado por una nueva ley de leyes que no sea letra muerta en lo que a derechos fundamentales se refiere.
Boric venció al discurso del miedo de la extrema derecha chilena
Si bien al arranque de su campaña presidencial Boric tuvo un quiebre con los liderazgos históricos de ese período de tres décadas: Ricardo Lagos y Michelle Bachelet; luego de los preocupantes resultados de la primera vuelta, que lo mandaron a un segundo lugar detrás del derechista radical José Antonio Kast, corrigió el rumbo, se desmarcó de las presiones (que serán permanentes del Comité Central del PC chileno) para buscar su apoyo y consejo. El domingo 19 de diciembre, por la noche, al festejar su clara victoria, él tenía muy claro el peso del apoyo de la ex presidenta Bachelet.
Boric fue participante activo de las revueltas juveniles de 2012, a favor de una reforma educativa que pusiera fin a la privatización, también, en las incendiarias protestas juveniles que, en 2019, pusieron “patas arriba” al gobierno de Sebastián Piñera, el rico empresario dueño de la más fuerte empresa aeronáutica latinoamericana (LATAM) cuyo segundo mandato ha quedado marcado por la crisis sanitaria, la económica y la de la gobernabilidad. Piñera tuvo que aceptar las demandas de los jóvenes en materia educativa y convocar a la elección de un constituyente que está elaborando una nueva constitución que sustituya a la heredada del período pinochetista.
En las dos largas semanas entre la primera y la segunda vuelta, Boric asimiló que debía pasar del discurso flamígero, de la reivindicación altisonante de la juventud, a la que sin duda representa (ese segmento poblacional le generó el 30% de los votos), a identificarse como parte, pero también como heredero, de una larga lucha que lo antecede.
“Se que la historia no parte de nosotros. Me siento heredero de una larga trayectoria histórica, la de quienes, desde diferentes posiciones, han buscado incansablemente la justicia, la ampliación de la democracia, la defensa de los derechos humanos, la protección de las libertades. Esta es mi familia grande, a la que me gustaría ver de nuevo reunida en esta etapa que ahora iniciamos.”
Boric ha vencido en las urnas al “discurso del miedo” promovido por un adversario que si bien aceptó su derrota, no guardará las lanzas ni las espadas. Lo sabemos, el conservadurismo es capaz de todo con tal de impedir la trasformación a fondo del sistema que por años les ha garantizado enormes beneficios. Durante 30 años han aceptado cambios, sí, pero no aquellos que pongan en riesgo a sus muy anquilosadas estructuras y su peso político a la hora de tomar decisiones.
¿Ha llegado el tiempo del cambio, de las grandes transformaciones? Esa será la encrucijada, el campo de batalla al que a partir de marzó deberá asistir el “joven” Boric, quien pronto deberá aceptar que la lucha parlamentaria, en la que ha invertido los tres últimos años, es juego de niños cuando tenga que, primero, conformar un gobierno que, al tiempo que genere empatías, que las tienen los jóvenes que lo acompañarán en esa empresa, muestren y demuestren capacidad para gobernar.
Este será, sin duda, el principal argumento de los contras que día a día buscarán minar la gobernabilidad, colocarlo contra la pared, calificarlo de “populista” de “iluso”, de “defender utopías radicales”, las de una izquierda que se empeña, esperemos que nunca claudique, en modifiar los escenarios de injusticia, de marginación y de pobreza que perviven en nuestras tierras.
En ese punto, sin duda, volverá a encontrarse con Kast y sus aliados, hoy lamiéndose las heridas, pero que harán hasta lo imposible para que el plebiscito de salida de la nueva Carta Magna fracase y se mantenga vigente la Constitución de 1980. Una paradoja impensable: un presidente de izquierda gobernando bajo los postulados de una constitución antitética al cambio que se pretende. Serán tiempos difíciles para Chile. La izquierda avanza en la región. Es posible que este año Brasil y Colombia transiten también por esa ruta. La creciente pobreza y la marginación, está claro, no se revertirá aplicando medidas económicas que tuvieron en Chile, entre 1973 y 1989, su gran laboratorio: el neoliberalismo, empeñado en mantener un Estado pequeño e inocuo. Son tiempos de cambio que conllevan riesgos que habrá que medir, y medir bien, para que la historia chilena no se convierta, nuevamente, en tragedia.
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