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Campañas elitistas

Campañas elitistas

Campañas elitistas
Por: Jorge Torres Góngora

La política, para ser eficaz y legítima, debe ser inclusiva. Es común, desafortunadamente, que quienes gobiernan o aspiran a lograrlo, piensen que están en algún tipo de pedestal, muy por encima de la población, en donde solo ellos y su pequeño grupo de aliados -en algunos casos, de cómplices- pueden y deben acceder a posiciones de poder. Eso sí, presumen – y quizá hasta suponen- que desde ahí conocen lo que el pueblo quiere y necesita, e incluso que son los únicos que pueden ofrecerlo. Que ellos sí saben cómo se hace. Hay algunos casos en que lo que menos les preocupa y les ocupa a estos grupos y a sus supuestos líderes, son los reclamos y las necesidades sociales. Solo trabajan por sus propios intereses.

Es triste y desesperanzador ver que muchos, quizá la mayoría, de los partidos políticos, sus dirigencias y candidatos con mayores posibilidades de triunfo, muestren este tipo de actitud nociva. Esa cerrazón implica un elitismo intrínseco e inmoral, que afecta a la democracia y menosprecia a sus participantes, polariza y causa resentimientos. Perjudica a la construcción de grandes acuerdos sociales y desgasta la unidad nacional.

Así, vemos que las diversas fuerzas políticas que están compitiendo por  cargos públicos, no sólo están encontradas entre sí, sino que están cerradas a cualquier opinión o participación externa a la élite que rodea a los candidatos y dirigentes. Incluso quienes entre los partidos se dicen ciudadanos, o más próximos al pueblo, muestran una cerrazón y soberbia dignas de una corte imperial, por lo que resulta casi imposible integrarse a alguna de las campañas importantes, y en algunos casos incluso militar en los principales partidos políticos o realizar alguna tarea en el proceso electoral. No digamos tratar de ser candidato.

Uno pensaría que en organizaciones políticas que se han caracterizado por ser dirigidas y representadas por una élite privilegiada, incluso algunos dirían que de abolengo, esa actitud es normal, o al menos no debería sorprender. Por ejemplo, en el PAN, los lazos de familia, los antecedentes sociales, y los intereses empresariales, han sido la base de la cual han surgido la mayoría de sus figuras. Ha sido el caso de la mayoría de sus liderazgos parlamentarios, de sus dirigencias nacionales, de los presidentes y gobernadores que de ahí han surgido, así como los principales miembros del gabinete, al menos a nivel federal.

Por eso quizá ahora no extraña tanto que en la actual campaña presidencial de Xóchitl Gálvez solo unos pocos decidan y controlen, como Kenya López Rabadán -ex diputada local y federal, actual senadora panista (claro, siempre plurinominal), compañera de bancada de la ahora candidata presidencial, o Santiago Creel -ex diputado, y ex senador, también pluri, ex secretario de Gobernación y ex precandidato presidencial. La falta de apertura hacia la participación ciudadana, incluso de expertos en ciertos temas que quieren aportar algo valioso a los discursos o a las propuestas de campaña, es total.

En la misma alianza participa el PRI, otrora partido de masas que -hay que reconocer- siempre abría sus puertas a la mayor participación social posible. Ahora se ha vuelto una organización más bien conservadora, donde solo los más cercanos a sus dirigentes y líderes parlamentarios, como Alejandro Moreira y Rubén Moreira, acceden a tareas importantes de campaña o a candidaturas. También quienes han sido secretarios o al menos subsecretarios de Estado y quienes cuentan con un apellido célebre, o que han estudiado en las más famosas universidades de Estados Unidos, al menos en las mejores de Inglaterra o Francia. No más.

Sin embargo, también hay elitismo de izquierda. En MORENA, si no tienes antecedentes de participación política comunista o socialista, o si no estás con ellos desde la fundación del movimiento, no es posible ser parte de la élite que conforman los “químicamente puros”. Son los que ocupan cargos de dirigencia y quienes diseñan las acciones de campaña, discursos y propuestas. La cerrazón es total.

Claro, quienes hayan ocupado recientemente una gubernatura por otro partido, y soterradamente hayan apoyado a los candidatos surgidos de MORENA, o quienes controlen grupos numerosos y sean capaces de movilizar a enormes contingentes, o quienes realicen grandes aportaciones de recursos financieros al movimiento, suficientes para la “operación política”, ellos sí tienen las puertas abiertas. Eso sí que es sumar a la causa.

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La chiquillada, no actúa distinto, también suele haber una actitud igual de elitista. Tampoco ahí es fácil integrarse a la dinámica partidista y mucho menos a las campañas importantes. En el partido verde los apellidos, las amistades y los patrocinadores, son los que cuentan. En el PT, hace más de 30 años que los mismos “líderes” son quienes controlan dirigencias, estructuras y candidaturas.

En el naranja, el de la “nueva política” tienen al mismo dirigente nacional que lo fundó hace casi 30 años, y es él, con sus más añejos aliados, y unos pocos líderes regionales, los que definen quién participa en las campañas, y a los que serán dirigentes o candidatos.  Y en lo poco que queda del PRD, los anquilosados líderes de las tribus que ahí continúan, son los que deciden y se enfrentan por asignar las sobras.

Es por tanto lamentable que no haya, ni siquiera en estos momentos de campaña, en ninguno de los partidos políticos, espacios reales de participación ciudadana, en los cuales sea posible integrarse a las filas y labores partidistas para así empezar a formar así liderazgos frescos y distintos, que inspiren, ni mucho menos para integrar una nueva cuadrilla de ideólogos y profesionistas capaces de proponer políticas innovadoras o discursos sensatos y atractivos.  Ese elitismo en las campañas y partidos es quizá reflejo más bien de un etilismo político, que embriaga e idiotiza a quien lo padece.

La Chispa


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