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Arrancó la campaña intermedia en los EU.

Arrancó la campaña intermedia en los EU.

Arrancó la campaña intermedia en los EU.
Columna: Prospectiva.

La semana pasada, en este espacio, comenté que la campaña electoral rumbo a las elecciones legislativas a realizarse en los Estados Unidos el primer martes de noviembre de este año, inició con el discurso pronunciado por el presidente Joe Biden el 6 de enero pasado, en el que señala como actor principal, y promotor del asalto al Capitolio, a Donald Trump, quien, ni tardo ni perezoso, le respondió en un multitudinario evento realizado en Arizona nueve días después.

El expresidente cargó los cañones y apuntó directamente al actual ocupante de la Casa Blanca a quien acusó de haber ganado la elección mediante un “flagrante fraude”, evitando que su partido continuara en la presidencia, “a pesar de que la mayoría votó por mí”. Vuelve al escenario político con un discurso cargado de sus muy socorridas “feak news”; insistiendo sobre un fraude que ni él ni sus asesores legales pudieron demostrar jamás.

Con los ojos puestos en las elecciones intermedias, sí, pero con una mira más larga que llega hasta noviembre de 2024, el magnate neoyorquino dejó muy claro que no se dobla ante las amenazas de un nuevo enjuiciamiento en el Senado que sabe que, lejos de dañarlo, lo fortalecerá; tampoco se amilana ante las denuncias de impagos de impuestos de él y de sus hijos.

No se bajará de un caballo que pretende galope a toda velocidad hasta el 2024, si bien, ni el caballo, ni sus seguidores, están claros de que él será el jinete que lo monte hasta el final. No ha sido claro en ese tema, sin embargo, se puede apostar sin riesgo de perder que él estará en las boletas como candidato republicano.

Su discurso no podía ser más ácido. No escatimó saliva en calificar al gobierno de Biden como un “total fracaso”. El republicano decretó que: “Este país se está yendo al infierno. Es un desastre. Tenemos que ser fuertes y recuperar nuestro país y nuestro futuro.”  Agregó: “Pocos imaginaron que Biden sería un desastre.”

Con una gorra roja con su conocida leyenda “América grande otra vez”, Trump hizo gala de su conocida capacidad histriónica que tan buenos efectos tiene entre sus fieles seguidores, algunos, auténticos fanáticos que enloquecen al oírlo decir las más grandes mentiras que, para los oídos de sus aliados, suenan a verdades.

Desde luego, él sabe que la alta inflación que padecen los Estados Unidos, y el mundo, deriva de la crisis económica, del parón que detuvo la producción, que fracturó las cadenas productivas y de suministro, sin embargo, utiliza la escalada de precios para culpar a los demócratas, a Biden: “La inflación es la peor en 40 años. Las tiendas están vacías, no hay mercancías”.

En un exceso del cinismo que lo caracteriza, culpa a sus oponentes de algo que él sabe tiene que ver con su discurso xenofóbico, supremacista, que sigue siendo la gasolina que mueve a sus milicias para seguir promoviendo la violencia y atacar a “las minorías”. “Las calles de las ciudades demócratas están llenas de sangre, de homicidios, hay cuatro veces más casos de Covid que antes”. Un mensaje repleto de mentiras, de infundios que, lo sabe, a su auditorio le saben a miel.

Se anticipa una campaña vitriólica

Luis Pablo Beauregard, corresponsal de “El País”, quien cubrió este evento realizado en Florence, Arizona, detalla que antes de que el evidente jefe del Partido Republicano subiera al templete para pronunciar su discurso de 90 minutos, aparentemente improvisado, pero que se preparó con mucha antelación, en una gran pantalla se reprodujo un video que resaltó “los gazapos de Biden”, teniendo como fondo musical una marcha fúnebre y un mensaje que decía: “Joe Biden es un completo fracaso”.

¿Será este el tono de la campaña? Sin duda. Los republicanos, el trumpismo en particular, como señala Luis Pablo Beauregard, seguirán utilizando el método que inauguró su líder en la campaña de 2016. Un discurso lleno de odio. Los republicanos publicitarán las pifias del actual mandatario y lo que Trump llamó: “las evidencias de que en el 2020 se había electo al peor presidente de la historia.” El lema “Fuck Joe Biden” (Jódete Joe Biden) estuvo presente en este evento de apertura del proceso electoral 2022.

“Necesitamos una victoria aplastante. Una victoria que los demócratas no puedan robarse”. Insistió Trump. La paradoja es que el hombre que hizo suya la narrativa de un fraude que según él impidió su reelección, ahora tiene que aceptar cuan importante es que sus adeptos vayan a las urnas. Su discurso evidencia esta urgencia. Sabe que el triunfo de los candidatos republicanos en noviembre próximo pasa, necesariamente, por las urnas. En cinco ocasiones a lo largo de su discurso conminó a sus correligionarios, a sus adeptos, a que el primer martes de noviembre próximo: “Salgan a la calle a votar por nuestros candidatos”.

No se equivoca Trump al considerar que las elecciones de noviembre se definirán en las urnas. Por ello, su partido ha puesto en operación una estrategia orientada a bloquear el voto de “las minorías”; estrategia que detallamos en este espacio la semana pasada, la cual se basa en reformas electorales unilaterales promovidas en 19 estados gobernados por republicanos y con mayoría en sus congresos locales.

Recordemos la base de esta estrategia: cancelar el voto por correo, reducir el número de urnas en las zonas donde viven las llamadas “minorías” y, por el contrario, ubicar más urnas en las zonas donde viven las “mayorías blancas” para que pueda fluir su voto y sea determinante al final de la jornada electoral.

Desde luego que Donald Trump apoya estas acciones que considera esenciales para ganar en noviembre próximo cuando se elige a la totalidad de los 435 representantes que integran la cámara baja en la que los demócratas tienen una magra mayoría de 6 votos. El círculo virtuoso se cerraría si también ganan la mayoría de los 34 asientos que se renovarán en la cámara alta con lo que recuperarían el control del Congreso, lo que permitiría hacerle la vida de cuadritos a Joe Biden en la segunda mitad de su mandato y, de esa manera, alcanzar su segundo objetivo, el más importante: regresar a la Casa Blanca en el 2025.

“Si quieren una elección segura, debemos tener dos cosas: votación el mismo día de la elección y votos en papel”, enfatizó Trump a sus adeptos ese día en Florence, Arizona. El mensaje evidencia que no olvida su derrota en las urnas en noviembre del 2020. Transpira un profundo rencor que ha contagiado a sus seguidores. Asimismo, está claro que no perdonará a aquellos republicanos que no le compraron el argumento del fraude y que lo confrontaron votando aquel memorable 6 de enero a favor del triunfo de Joe Biden.

Todos los oradores que le precedieron en el mitin del 15 de enero recalcaron, abierta o veladamente, que el candidato republicano había ganado las elecciones del 2020. No les quedaba de otra a aquellos que aspiran a estar en las boletas en noviembre próximo: apoyo total a su líder o la picota.

“Nunca volveré a apoyar a ese idiota”, decretó Trump en referencia a Mike Rounds, senador republicano por Dakota del Sur quien “se atrevió” a decir que en ningún estado había pruebas que permitieran revertir el resultado a favor de su oponente. La misma suerte correrá el actual gobernador del estado anfitrión, Doug Ducey, quien avaló el triunfo del candidato demócrata. Donald le ha endilgado la etiqueta de “RINO”: que significa ser un republicano únicamente de nombre por su alejamiento de las posiciones de extrema derecha que impulsan los trumpistas.  Imagínense la suerte que correrá Mike Pence, su vicepresidente, al que jamás perdonará que aquel 6 de enero fatídico, no atendiera sus órdenes de revertir, como presidente del Senado, la victoria demócrata.

La democracia en América en grave peligro

En las últimas tres entregas de Prospectiva he insistido sobre el riesgo que vive la democracia en los Estados Unidos. No es una exageración. La preocupación esta fundada en hechos reales: la asonada del 6 de enero, un intento de golpe de Estado blando mediante reformas electorales que promueven el secesionismo; la polarización que está creciendo en muchos estados de la Unión Americana; la violencia racial que no mengua; la participación de militares en retiro y algunos en activo en la bochornosa toma del Congreso, todos ellos son elementos que configuran este riesgo.

En estas últimas semanas se han publicado libros, artículos y realizado comentarios en redes sociales que presagian “la inminencia de una guerra civil” en esa nación. Algunos señalan que el escenario pudiera ser tan cruento como la Guerra Civil de 1862-1867, otros, anticipan que pudiera darse una nueva escisión, por un lado, los estados rojos gobernados por los republicanos, por el otro, los estados azules, gobernados por los demócratas.

Noam Chomsky, uno de los intelectuales más influyentes de la llamada izquierda estadounidense, concedió una muy rica entrevista publicada en “Ideas” (El País. 15 enero 2022). Miembro del movimiento progresista europeo Diem25, el llamado padre de la lingüística moderna, al haber formulado, en los años cincuenta del siglo pasado, “la teoría de la gramática generativa”, le reiteró a Amanda Mars, que “las consecuencias del asalto al Capitolio son muy graves para la democracia norteamericana”.

Precisó: “Aquello fue un intento de derrocar a un gobierno electo. Un intento de derribar un gobierno electo es un golpe de Estado. Un grupo de republicanos rechazó formar parte y evitó que triunfase. Pero ese intento ha venido seguido ahora por un golpe de Estado blando, que está ocurriendo cada día ante nuestros ojos. A través de reformas electorales en diferentes estados conservadores que están asegurándose de que la gente que gestiona las elecciones tenga poder para anular votos; están aprobando decenas de leyes para impedir el voto de la gente equivocada, de minorías y pobres, a través del endurecimiento de requisitos para votar.”

El prolijo autor, filósofo respetado y activista insobornable, que fue detenido por oponerse a la Guerra de Vietnam, que entró a la lista negra de Richard Nixon y apoyó la publicación de los Papeles del Pentágono que provocaron la renuncia de ese mandatario; el promotor de acciones contra el cambio climático, y crítico implacable del trumpismo, como lo definió su entrevistadora, acusó que “el Partido Republicano ya no es un partido político, es un partido neofascista.” A Trump lo califica como un “demagogo muy efectivo”, porque, dice, “ha sabido agitar los venenos que corren bajo la superficie de la sociedad estadounidense, y los ha sacado a la superficie.”

Contundente, sí, pero poniendo a la luz las características y los riesgos que conlleva la figura del expresidente, Noam Chomsky, en esta brillante entrevista realizada por Amanda Mars, alerta “que ahora hay grupo, no pequeño, que lo venera como a un Duce II [refiriéndose a Benito Mussolini], elegido por Dios. Es la gente que asaltó el Capitolio. La democracia estadounidense corre un grave peligro”, enfatizó.

Make Trump Great Again?

¿Se podría reelegir en 2024 Donald Trump?, Le preguntó Amanda, una semana antes de que, en el marco de su primer año en la presidencia de la república, Joe Biden anunciará que él estará en las boletas y que su compañera de fórmula será Kamala Harris. “Es muy posible, señalo Chomsky, Tiene una base rabiosa de devotos que lo adoran. A los líderes del Partido Republicano los tienen atemorizados.”

¿Podría ganar esas elecciones presidenciales? La respuesta es clara: “Si triunfan con el actual golpe en marcha, el de controlar y modificar el sistema electoral, pueden conseguir ganar. Recuerde que tenemos un sistema electoral muy reaccionario, que otorga a las áreas blancas, rurales y conservadoras una ventaja estructural abrumadora.”

El 15 de enero, Noam Chomsky, no sabía que la propuesta de los demócratas de una reforma electoral, que pretende frenar el secesionismo promovido por los republicanos, toparía no sólo contra los senadores republicanos, contra “la ley filibustera (50+10), además, contra los dos senadores demócratas que se han convertido en los principales enemigos de Biden en el Congreso.

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Ella: Mónica Fernández Balboa

Finalmente, se le preguntó al declarado anarquista su opinión sobre el primer año del mandato del demócrata: “Bueno. Los programas nacionales han sido mejores de lo que esperaba. En buena medida fueron diseñados por Bernie Sanders, que representa al ala progresista del Partido Demócrata”, señaló el filósofo de 93 años.

Sin embargo, expresó su desencanto, su molestia, porque esos programas sociales “han sido recortados por la oposición”. Calificó al plan de reformas sociales (Build Back Better) como la mayor ampliación del Estado de Bienestar en décadas. “Es tremendamente necesario, porque Estados Unidos es un país rezagado en prestaciones sociales.”

Este es el escenario estadounidense un año después del retorno de los demócratas a la Casa Blanca y a menos de un año de una nueva cita de los electores con las urnas. Sin duda, este será un año complejo en lo interno y en lo externo para Joe Biden quien transita por una ruta de choque con China y Rusia; cada día más alejado de Europa, su otrora fiel y útil aliada, inmersa en una profunda crisis económica por la pandemia que puede acelerar la balcanización de una comunidad europea que cada día que pase extrañará más a Ángela Merkel.

Reforma eléctrica: visiones internas y externas

Como se ofreció a finales del 2021, se ha instalado un Parlamento Abierto que ha permitido escuchar las opiniones de gobernadores, funcionarios públicos, especialistas en la materia que han aportado sus puntos de vista en un espacio que se mantendrá vivo hasta la tercera semana de febrero. Sabemos que la aprobación de esta reforma constitucional enviada el año pasado por el jefe del Ejecutivo federal a la Cámara de Diputados, no tendrá un fácil trasiego. Morena y sus aliados están claros de que no les alcanzan los votos y que requieren convencer a diputados y senadores de otras formaciones políticas para lograr su cometido.

Al momento, se han escuchado a funcionarios que defienden el predominio de la CFE en el mercado, entre ellos “al suavecito” director general de esa empresa, Manuel Bartlett, quien el miércoles pasado señaló que “hay generadores de energía que hacen fraude”, y anticipó que “se cancelaran contratos”, poniéndole más sal y limón al asunto, al tiempo que acusó que “con la reforma de 2013, 110 sociedades pueden vender electricidad a socios que, en realidad, son sus clientes.”

Los que están a favor señalan que con esta reforma el Estado tendría nuevamente el control del sector eléctrico; mejoraría el servicio en calidad, continuidad y seguridad, y, se garantizaría la participación de los privados en condiciones equitativas. En la otra esquina, los contras, anticipan que, de aprobarse la reforma, se vulnerará la libre competencia en el sector de la generación; con la ruptura de compromisos dará lugar a litigios internacionales y, que la reforma eléctrica desactiva la producción de energías limpias. En pocas palabras, de un lado están los nacionalistas y del otro los neoliberales. ¿Serán capaces de parir una propuesta híbrida en la que todos salgamos ganando?

En esas estábamos cuando nos llegó, en visita oficial de dos días, Jennifer M. Granholm, secretaria de Energía del vecino del norte, quien se reunió con el presidente Andrés Manuel López Obrador, con el canciller Marcelo Ebrard, con su homóloga Rocío Nahle García, con líderes de la industria y de la sociedad, acompañada, siempre, del embajador de EU en México, Ken Salazar, que hace unos cuantos meses manifestó su oposición a dicha Reforma.

Esa misma postura han adoptado un grupo de senadores demócratas que pidieron a Antony Blinken, secretario de Estado, y a la propia titular de la secretaría de Energía, que intervengan para que no camine esta reforma, aduciendo que contradice el plan a favor de las energías limpias que impulsa el gobierno de Joe Biden.

¿Qué nuevas nos dejó está visita?

Los que esperaban un discurso disruptivo de la secretaria Grandholm, se quedaron con las ganas; por el contario, la funcionaria resaltó que México tiene “envidiables y asombrosos recursos limpios de los cuales nos gustaría hablar”. Sobre las inquietudes de empresarios y congresistas estadounidenses acerca de la reforma eléctrica señaló: “Como todos los amigos quizá tengamos problemas en los tengamos que trabajar, como la reforma eléctrica, pero al final somos aliados fuertes, nos apoyamos y representamos una economía fuerte en Norteamérica; apreciamos esta gran amistad.”

Se equivocaron los que esperaban una reacción similar a la de Ken Salazar. Se les olvida que la inversión de empresas norteamericanas en el sector eléctrico es mínima, y, en este momento, pesa mucho más para el gobierno de Biden, mantener una relación de amistad con el país que le está atendiendo uno de los problemas más serios de su administración: la migración. En cambio, el país que sí puede manifestarse opuesto a esa reforma es España, nación a la que AMLO le ha puesto sobre la mesa varios puntos ríspidos, entre ellos, acusar a los inversionistas españoles de querer reconquistar a México con un modelo que en su país tiene a la población alumbrándose con velas por no poder pagar las exorbitantes tarifas por un servicio eléctrico totalmente privatizado.

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Emilio Alberto de yguarta y monte verde

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