Ocho balas segaron la vida de Carlos Manzo
			*“El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada” “Génesis 9:6″*
*Ocho balas. No fueron sólo ocho disparos. Fueron ocho decretos de muerte firmados por un sistema podrido que aplaude a los caídos con comunicados huecos y condolencias prefabricadas. Carlos Manzo, alcalde de Uruapan, cayó frente a un país que hace tiempo se acostumbró al olor metálico de la sangre y al eco de las sirenas como banda sonora de su desgracia*
*Ocho sentencias dictadas por un país enfermo, ocho estallidos que marcaron el pulso de la impunidad y el abandono. Ocho heridas que no perforaron únicamente el cuerpo de un hombre, sino la esperanza de un municipio que creyó que la paz podía levantarse a pulso limpio en medio del infierno. El crimen no sorprendió a nadie. En Michoacán, la valentía tiene fecha de caducidad. Uruapan vive bajo el asedio de los Caballeros Templarios, el CJNG y Los Viagras*
*Quien enfrenta al crimen organizado no sólo desafía a los sicarios, sino también a los políticos que lo permiten, lo negocian o lo usan como moneda política. Manzo sabía que su nombre ya estaba escrito en la lista negra del infierno: denunció, pidió ayuda, hace dos meses advirtió que temía por su vida, le rogó a García Harfuch y como siempre, el Estado llegó tarde, como una viuda hipócrita al velorio del deber*
*Carlos Manzo cayó como caen los que todavía creen en la decencia: de frente, entre su pueblo, sin guardaespaldas que lo ocultaran, sin miedo de andar por la plaza. Había inaugurado el Festival de las Velas, esa noche destinada a la luz, y terminó apagado bajo el resplandor de las cámaras y el eco de los gritos. Ironías del destino: un evento para celebrar la claridad terminó envuelto en la oscuridad más densa de México*
*El video —ese que corrió como pólvora en redes— no muestra sólo el instante del ataque. Muestra la descomposición de una nación donde la muerte ya no espanta, donde el horror se vuelve noticia de rutina. Mientras los paramédicos intentaban reanimarlo -señal que su corazón ya se había detenido-, la multitud apenas atinaba a mirar. Algunos grababan. Otros lloraban. Nadie entendía nada. Pero todos sabían, en el fondo, que la muerte de Carlos Manzo no tenía vuelta atrás*
*El alcalde de Uruapan era más que una figura política: era una voz incómoda. Hablaba con la claridad que no soportan ni los criminales ni los políticos cobardes. Denunció públicamente la colusión entre las autoridades y los cárteles, pidió refuerzos federales, exigió justicia. “En todos los cerros hay grupos armados matando y extorsionando” pregonó. Entregó ubicaciones de fosas clandestinas. Nadie procedió. El líder de Morena en Michoacán se burló. Y como suele ocurrir en esta república del silencio, la valentía se paga con sangre*
*La escena del crimen es un espejo del país: el alcalde tomándose fotos con niños, símbolo de esperanza, y segundos después el estruendo de la traición. Ocho impactos que atravesaron su cuerpo, pero también la dignidad de un gobierno que jura proteger mientras miente y no protege a nadie. Lo asesinaron en un festival de velas, esas que ahora se apagan una a una sobre el pavimento, alumbrando la oscuridad de un México que ya no distingue entre héroes y víctimas*
*“No quiero ser un alcalde más en la lista de los ejecutados” dijo hace dos meses, nunca hubo respuesta. La hipocresía del gobernador Alfredo Ramírez Bedolla condenó el “cobarde atentado”. Qué fácil es condenar con palabras fingidas cuando se gobierna con indiferencia y se le deja en estado de indefensión. En los comunicados oficiales, la justicia siempre está “en proceso”; en las calles, la impunidad siempre está en marcha. Dos detenidos y un agresor abatido no son justicia, son pretextos para llenar un boletín*
*Carlos Manzo había osado desafiar la estructura criminal que gobierna donde los votos no mandan, los fusiles y las alianzas criminales deciden. Fue el último en decir lo que todos piensan: que la delincuencia no sólo mata, sino que gobierna. Y su asesinato no fue un mensaje, fue una advertencia ¿Qué dirá Donald Trump? ¿Quién sigue? ¿Lilly Téllez, Alito Moreno, García Harfuch? ¿Alguien duda que México está gobernado por los carteles? Hoy Michoacán vuelve a llorar con el cinismo aprendido*
*El Estado promete “investigar”, mientras los alcaldes se esconden detrás de escoltas y los ciudadanos detrás del miedo. La realidad es impostergable: Manzo muere y el crimen vive, siguen los campos de entrenamiento operando con sicarios venezolanos y colombianos. El Festival de las Velas terminó siendo su propio epitafio: un fuego breve, hermoso y trágico. El hombre que quiso encender la paz fue consumido por la oscuridad que juró combatir. La pregunta final no es quién jaló el gatillo, sino quién permitió que fuera tan fácil hacerlo*
*¿Quién ordenó asesinar a Manzo Rodríguez? El mismo sabía que tenía la vida prestada, sabía que a diario vivía en “Código rojo”, que detrás de cada una de las ocho balas habrá un silencio oficial, y detrás de cada muerto, un gobierno que sólo prenderá velas cuando ya no queda nada que iluminar. La realidad resumida de este México ensangrentado grita otra vez: ocho balas segaron la vida de Carlos Manzo*
*SEPTIMO SELLO*
*El gobernador Alfredo Ramírez Bedolla condenó el atentado, como si la condena bastara. La Guardia Nacional llegó después, cuando el cuerpo ya estaba frío y las velas del festival ardían solas, como velorio público. Es el ritual de siempre: primero los disparos, luego los comunicados, después el olvido. La burocracia de la tragedia*
*Lo que nadie quiere decir en voz alta es que Manzo sabía que lo iban a matar. Lo había advertido: “Estoy en la lista.” -habría dicho una y otra vez-. Y aun así siguió. No huyó, no se vendió, no calló. Su error —si puede llamarse así— fue creer que el Estado lo protegería. Pero el Estado, ese espectro con uniforme, solo aparece para recoger los casquillos, montar guardia frente a los cuerpos y emitir hipócritas condolencias políticas*
*SEPTIMA TROMPETA*
*¿Quién carga en la conciencia con su muerte? No basta con señalar al gatillero detenido, ni al “abatido” que el gobierno exhibe como trofeo. Las balas que asesinaron a Manzo fueron disparadas por un sistema entero: por los pactos secretos, por la cobardía institucional, por los gobernantes que prefieren discursos que combates, por los que miran hacia otro lado cuando el crimen toca a su puerta*
*Hoy Uruapan despierta con miedo, pero también con una conciencia amarga: la de saber que el valor no alcanza en un país donde denunciar es cavar tu propia tumba. Y mientras los políticos publican condolencias y los medios miden el morbo en clics, el pueblo queda otra vez sólo, custodiado por patrullas coludidas con el crimen organizado, que llegan tarde y promesas que nunca llegan*
*SEPTIMA COPA*
*Carlos Manzo se ha vuelto símbolo de algo que a México se le está olvidando: la dignidad. Murió haciendo lo que debía, no lo que convenía. En un país donde la corrupción se institucionaliza y la violencia se normaliza, su asesinato es una advertencia más. Y también una pregunta que duele: ¿Cuántos más tendrán que caer para que el Estado recuerde que fue creado para proteger, no para encubrir?*
*Que quede claro: a Carlos Manzo no lo mató un pistolero solitario o con algún cómplice. Lo ejecutó la indiferencia nacional del gobierno federal. Y ese crimen no se resuelve con detenidos ni comunicados. Se expía con justicia. Si es que a México todavía le queda algo de alma para buscarla. Lo que viene es lo de siempre, lo natural de la clase política: circo, maroma y teatro*
